En 1996 Viena nos recibió con un espeso manto de nubes y de indiferencia ante nuestros deseos de conocimiento. La capital austríaca nos resultó altiva, fría y esquiva, tanto que hemos esperado más de veinte años para darle una segunda oportunidad. En esta ocasión, nos ha recibido bajo un un cielo azul, radiante, el color del viejo Danubio, que nos ha permitido ver su mejor cara, sus luces y también, por qué no decirlo, algunas sombras.
Tal vez el derribo de las antiguas murallas que protegían Viena del avance del turco fueron premonitorios de la caída del imperio austrohúngaro. Fue el emperador Francisco José I quien proyectó el Ringstrasse, el anillo de más de 5 km que rodea hoy al casco histórico de la ciudad imperial. El opulento edificio de la Ópera Estatal, Wiener Staatsoper que en su inauguración sufrió el desplante de la emperatriz Sissi, nos contempla hoy día rodeado de bellos palacios y edificios que las grandes fortunas construyeron, en terrenos regalados por el emperador, asegurando así el marco perfecto para un nuevo “foro romano” que enlazaba el Palacio Imperial de Hofburg y el Kunsthistorisches Museum, a la manera del “decumano”, y que sería desde entonces el centro de Viena. Engalanado hoy por los nuevos edificios y espacios culturales del MuseumsQuartier.
Esta ciudad vive en parte del mito de la última familia que ocupó el trono, y de un emperador que transformó la arquitectura de la ciudad pero se negó a ver los cambios en sus súbditos. Una familia perseguida por la desgracia. Maximiliano, hermano de Francisco José, es ejecutado en Mexico; Rodolfo, hijo del emperador, se suicida junto a su amante; Sissi, la emperatriz, fallece a consecuencia de la locura de un anarquista y el heredero al trono sufre un atentado que se convierte en excusa para el inicio de la Primera Guerra Mundial. La Iglesia Votiva, otro de los hitos de la ciudad, es en realidad un exvoto realizado al sobrevivir el propio Francisco José a un atentado. No es extraño que Viena tuviera nostalgia de tiempos mejores.
Viena es una Ciudad Imperial, nadie lo pone en duda, una ciudad que mantiene su estatus de capital de la cultura. Y esa Cultura con mayúsculas se muestra en Viena con dos caras: una es la del Vals, la industria de la música, la Ópera, la Viena decimonónica de la tarta Sacher y los cafés. Los kaffeehaus son toda una institución, reconocidos como patrimonio cultural de la ciudad, que mantienen una pastelería exquisita, de precios imperiales y unos camareros preocupados en exceso por las propinas y no tanto por el buen servicio que los caracterizaba en sus orígenes. Aún así es imposible, también para nosotros, no caer en la tentación.
La otra es la Viena del modernismo, de Klimt, de Schiele, de Freud..., la Viena del subconsciente, de las corrientes que persiguen el cambio, como los edificios de Otto Wagner. Mientras tanto, el emperador no quería ver la transformación a su alrededor y por ello ordenaba cerrar las cortinas de sus dependencias en el Palacio de Hofburg para no ver "el horrible edificio de Loos", situado enfrente, al otro lado de Michaelerplatz.
La Arquitectura, desde el Historicismo de la época de construcción del Ringstrasse hasta el art nouveau vienés llamado estilo Jugendstill o Secession, constituye uno de los grandes atractivos de Viena. Y en esta ocasión hemos tenido la oportunidad de callejear a nuestras anchas en busca del mejor perfil de los edificios con días de azul radiante.
El ambicioso proyecto de Otto Wagner de un bulevar entre la Karlsplatz y el Palacio de Schönbrunn se quedó en dos bellas casas junto al Naschmarkt, la más conocida es la Casa de las Mayólicas.
El Naschmarkt es uno de los mercados más concurridos de la ciudad, que nos permite probar exquisiteces de todo el mundo a precios mas contenidos. Aquí encontramos desde los comercios vieneses más tradicionales, con embutidos, pasteles y quesos, hasta los restaurantes más innovadores, los bares bobo, con especialidades israelis, turcas…
La mezcla de estas dos caras de Viena es visible en toda la ciudad. Cercano al famoso Pabellón Otto Wagner en Karlplatz, que hoy es testigo de la vida y obra del arquitecto vienés, se alza majestuosa la Karlskirche de Fischer von Erlach recordando las columnas de Trajano en Roma, con toda la escenografía barroca tanto en la fachada como en su interior.
Por todas partes aflora la pasión por la música. La orquesta filarmónica de Viena, el concierto de año nuevo con la célebre marcha Radetzky, los valses de Strauss o la magia de Mozart. Viena es una apuesta para amantes de la música clásica, con salas míticas para escuchar a Beethoven, Schubert, Haydn, Mahler... El Musikverein es sin duda uno de los más famosos. Y la posibilidad de sentarse a ver las operas en directo en el exterior de la Wiener Staatsoper es todo un acierto. Durante nuestra estancia con la oportunidad de escuchar a Plácido Domingo, a quién en este año además la Ópera de Viena dedica una exposición conmemorativa de su carrera, celebrando los 50 años de su debut aquí con Don Carlo, de Verdi.
Hoy, al regresar a Viena nos preguntamos cuanto de expectativas, lecturas, películas y otros viajes influye en nosotros al volver a la capital austriaca. Y con ellas en nuestro equipaje miramos de nuevo la ciudad.
El mismo Orson Wells quedaría sorprendido al saber que hoy podemos seguir los pasos de Harry Lime por las alcantarillas en un tour o deleitarnos con más detalles de la película en el Museo de El Tercer Hombre. No es mala idea volver a ver esta película mítica en el cine Burg Kino y recordar la Viena ocupada de la Segunda Guerra Mundial, en cualquier caso siempre es una buena excusa para visitar el Prater y la noria gigante. Para nuestro asombro, en su repaso de clásicos, también nuestro hotel programaba la película la noche del lunes.
El escritor austriaco Joseph Roth vio con claridad dos iconos que perdurarían en el tiempo “La marcha Radetzky” inevitablemente unida al Año Nuevo, y “La cripta de los capuchinos”, lugar de sepultura de los Habsburgo austríacos. Ambos libros tratan sobre una saga familiar, la de los Trotta, unida a la historia del emperador y la caída del Imperio. Una obra en la que la solemne figura del emperador acompaña a los regimientos de soldados repartidos por los confines del imperio. En su rutina militar están tan alejados de la transformación de la sociedad, como lo está el emperador en su palacio, con audiencias interminables en las que el visitante tiene que responder a todas las preguntas con un “Si, Majestad”. Austriacos, húngaros, checos, rutenos rusos, croatas, eslovenos... formaban su ejército.
"Este imperio se va a pique. en cuanto cierre los ojos el emperador saltaremos en mil pedazos." Joseph Roth: "La marcha Radetzky”
El libro de Angeles Caso, “Elisabeth, emperatriz de Austria-Hungría”, es un buen contrapunto a la imagen de Sissi ofrecida por el cine. La emperatriz fue una mujer poco convencional para su época. Tal vez la propia vida de la emperatriz es una metáfora de la doble monarquía austrohúngara, que ofrecía al mundo una imagen pefecta para ocultar sus grietas e inseguridades, como la Elizabeth obsesionada por la dieta y el ejercicio, aunque siempre dispuesta a saltarse el protocolo. Estudiaba griego y húngaro, leía y escribía poesía, experta amazona, amaba la naturaleza y los viajes, escapaba de Viena a Madeira, Corfú y Venecia. Escuchaba y veía lo que el emperador y el Imperio no querían ver. Su relación con el país vecino ofreció al mundo una imagen romántica de los húngaros que ha llegado a nuestros días. Hoy el llamado museo Sissi, situado en los apartamentos imperiales del Hofburg, sigue siendo un potente reclamo turístico.
"...quisiera ir siempre aún más lejos, viajar sin pausa, despertarme cada mañana en un nuevo lugar del que lo ignore todo, en el que todo esté por descubrir y ni yo misma me reconozca, donde vuelva a ser una niña que abre los ojos a cada momento del día, asombrada, llena de ansia de saber más, de aprender..." Angeles Caso, Elisabeth, emperatriz de Austría-Hungría o el Hada maldita"
"...quisiera ir siempre aún más lejos, viajar sin pausa, despertarme cada mañana en un nuevo lugar del que lo ignore todo, en el que todo esté por descubrir y ni yo misma me reconozca, donde vuelva a ser una niña que abre los ojos a cada momento del día, asombrada, llena de ansia de saber más, de aprender..." Angeles Caso, Elisabeth, emperatriz de Austría-Hungría o el Hada maldita"
Es inevitable visitar hoy Viena con todos estos referentes. En la primera ocasión, tal vez nos dejamos llevar por el desenfado de los húngaros, y como Sissi, nos enamoramos a primera vista de la otra capital imperial: Budapest, su Gulash, su Dobostortte, sus hojaldres y su oferta cultural más apta para los bolsillos de pobres mortales como nosotros.
Nos duele que un destino turístico maduro como Viena mantenga un modelo trasnochado de oferta confusa con muchas entradas diferentes o costes separados para dependencias de un mismo recinto, como ocurre con la increíble Prunksaal, la Biblioteca Imperial del Hofburg, que si bien presume de ser una de las más bellas del mundo, para nosotros debe pedir permiso, al menos, a la de la Universidad de Coimbra o de la del Monasterio de Strahov en Praga, y no nos parece que justifique una entrada aparte.
Lo mismo nos sucede en el fastuoso Palacio de Schönbrunn, en el que si queremos recorrer todos sus jardines, tendremos que pagar de nuevo. La belleza de sus bosques, la subida a la Glorieta para disfrutar de una de las vistas más conocidas del pabellón de caza que se convirtió en residencia de verano para la monarquía de los Habsburgo, y la visita a las 40 estancias incluidas en el ticket Grand Tour son, en nuestra opinión, mas que suficientes y nos permiten pasar una perfecta jornada palaciega, sin abonar más entradas.
Acostumbrados como estamos a vivir en una ciudad que cuida en extremo la jardinería, no deja de sorprendernos que una ciudad que presume de sus jardines no tenga más flores en primavera, con demasiado espacio de gravilla para los visitantes y filigranas de setos que solo podemos apreciar con vistas aéreas, más aún cuando el Palacio y Jardines de Schönbrunn son Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
En nuestra primera visita Viena nos pareció una ciudad “prusiana”, realzada en los cuadros de Bellotto, el veduttista veneciano que en sus lienzos representa una ciudad ordenada. El Belvedere, el palacio Schönbrunn y los inmensos jardines de sus lienzos muestran una urbe donde aún no había llegado el tráfico ni los turistas. En la actualidad los numerosos grupos de asiáticos sin duda estarían presentes en sus encuadres.
Lo cierto es que dada la cantidad de visitantes que reciben estas grandes urbes, cada vez nos gusta más recorrerlas entre semana, para encontrar a los niños y adolescentes en los museos, eventos pensados no sólo para los turistas sino también para los residentes y, por ejemplo, coincidir con la noche blanca de las iglesias para disfrutar de conciertos gratuitos en la Catedral de San Esteban, epicentro de Viena y un icono gótico junto al abigarrado Graben.
La primera vez que visitamos Viena, el Kunsthistorisches Museum nos fascinó con una exposición que realzaba cada cuadro usando iluminación externa que resaltaba las zonas de luz utilizadas por los artistas en sus obras, dotando de vida propia a cada lienzo. Un edificio fastuoso que repasa toda la historia del arte y que apostaba ya entonces por nuevas técnicas expositivas.
En esta ocasión, la remodelada cámara de los tesoros, la Kunstkammer, es un ejemplo de incorporación de nuevas tecnologías en la presentación de las obras, bien expuestas, con mucha información adicional en pantallas táctiles a nuestra disposición, sin invadir un espacio íntimo y acorde con las piezas mostradas.
Por comparación, la pinacoteca, aunque tiene la mayor colección de Brueghel del mundo, necesita una remodelación de algunas de sus salas.
Ahora tenemos más capacidad de acercarnos al Leopold Museum y la obra de Schiele, cuyos dibujos atormentados nos hablan de esta Viena de las corrientes de la psicoterapia de Alfred Adler, Sigmund Freud y Viktor Frankl. Tuvimos la suerte de ver la increíble retrospectiva que el Guggenheim Bilbao dedicó al artista del expresionismo y por eso ahora nos resulta algo más fácil entender el trabajo que tanto obsesionaba al Fonchito de la novela Los cuadernos de don Rigoberto de Mario Vargas Llosa. Aunque hay que reconocer que la selección del Leopold Museum muestra al Egon Shiele más inquietante.
Algo más fácil de observar es Gustav Klimt, reconocido internacionalmente por El beso, aunque obsesionado como todo el movimiento modernista vienés por “La vida y la muerte”. Distribuidas estratégicamente, las obras de Klimt actúan como un hilo conductor para visitar Viena, además de la colección expuesta por el Leopold, podemos ver el friso dedicado a la novena sinfonía de Beethoven en el Pabellon de la Secession, el archiconocido El Beso en el Belvedere Superior o algunas otras obras en el Wien Museum Karlplatz, el museo de historia de la ciudad.
En el Palacio del Belvedere, el Belvedere Superior es un espacio que nos ha permitido disfrutar a placer de la obra de Klimt, con una exposición completa y que nos muestra cuadros menos conocidos, como sus paisajes. El Belvedere inferior es menos atractivo y por ello menos visitado, aunque la exposición temporal pueda merecer la pena, y es la única forma de ver algunas de sus salas más decoradas.
Antes de despedirnos de la ciudad queremos mirar hacia su barrio más moderno, Leopoldstadt, las terrazas del Donauinsel son una magnifica forma de despedir las tardes de verano, a orillas del Danubio.
Nuestra primera impresión de Viena fue la de encontrarnos en una ciudad “solemne”, pero el alojamiento de esta ocasión, el Ruby Marie Hotel, del que tenemos mucho que contar, lo desmentía desde el primer momento, ya que nos ha sumergido de lleno en la nueva Viena, desenfadada, activa, vibrante. Un hotel donde puedes pedir a recepción una guitarra eléctrica, y que por su situación junto a Westbahnhof nos ha permitido tanto revivir la Viena Imperial de nuestro recuerdos como escaparnos junto a los vieneses hacia Alte Donau. El viejo y el nuevo Danubio han sido para nosotros la clave para interpretar la transformación vivida por la ciudad en estas dos décadas.
La colaboración con Voyage Privé, además del descubrimiento del Ruby Marie, nos ha permitido exprimir al máximo nuestra escapada, con el primer vuelo de la mañana y el último de la tarde, algo nada fácil en nuestras combinaciones desde Bilbao, así que no podemos estar más satisfechos.
Muchos de los atlantes que sostienen las fachadas de los palacios vieneses, y que tanto llamaron nuestra atención hace 20 años, parecen tener hoy en día mucho más trabajo para seguir ofreciendo al mundo esa imagen imperial. Viena está llena de grúas y de obras, es una ciudad que parece prepararse ya para los eventos del 2018 en los que se cumplen el 100 aniversario de la muerte de varios protagonistas del modernismo vienes: Gustav Klimt, Egon Schiele, Otto Wagner y Koloman Moser, motivos para volver no nos faltan.
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Me debo Viena, y si no he ido todavía, es, entre otras razones, por esos inconvenientes que escucho por todas partes y que vosotros ratificáis. De momento no tengo prisa, porque hay otros lugares que me interesan, aunque ello no le reste valor a la capital austriaca. Algún día caerá. Estupendo reportaje.
ResponderEliminarCaramba, Tawaki, tu lo tienes realmente a mano... Bueno, tanto para ti como para nosotros, experimentados viajeros (jajajaja), no tiene que ser un inconveniente lo que hemos comentado, sabemos que esta ahí, y como hacer para que no nos afecte, :) Viena, aun así, es mucho.
EliminarComo siempre chapó por este post. Un excelente trabajo como no podía ser de otra forma viniendo de vosotros.
ResponderEliminarNosotros también hemos estado en Viena y nos gustó mucho.Preciosas las fotos.
Un abrazo.
Tiramillas, pero esta vez os hemos ganado, jajaja. Creemos, además que vuestra visita fue un tanto fugaz para lo que estáis acostumbrados, lo mismo es hora de repetir...
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