20 de junio de 2017. Termino de leer por tercera vez el libro de Ángeles Caso: Elisabeth, emperatriz de Austria-Hungría o el Hada Maldita, un texto que me ayuda a hilar las sensaciones vividas durante nuestro último viaje a Viena, una ciudad que se rinde a Sissi, y de la que hemos regresado hace unos días.
Tras recorrer las interminables salas de la colección de objetos de arte y de la vida cotidiana del Palacio de Hofburg con la plata y la vajilla imperial, que nos hablan de ceremonial y protocolo, he sentido la llamada del exterior en el sonido de los cascos de los caballos que recorren las calles de la ciudad como lo harían en época de Isabel. Un mundo fuera de esa jaula dorada que tuvo que ser para Sissi, para Erzebet la húngara, la vida en palacio y las rígidas normas de la corte.
El Museo Sissi no logra, en mi opinión, transmitir los miedos, los anhelos de este espíritu libre, que fue encerrado, vigilado, juzgado, incomprendido. Madre ya de 2 hijos con sólo 18 años, separada de ellos y con fuertes remordimientos por no cumplir las expectativas que otros diseñaron para ella, sólo encontró consuelo en su hija pequeña, Valeria, nacida cuando Elisabeth había cumplido ya los 30, y a la que quiso mantener a su lado. Había visto morir a su hija Sofia, con solo 2 años, en Buda, tras haberla llevado de viaje contrariando los consejos de su suegra, encargada de la educación de los archiduques.
Ve morir a su hijo Rodolfo, tras años de luchas para suavizar la educación militar de sus preceptores, que consideraba muy dura y que comenzó cuando Rodolfo tenía sólo 6 años. Un niño que heredó su carácter rebelde y atento a los pueblos oprimidos. Rodolfo llegó a ser apreciado tanto por los checos, como Sissi lo fue por los húngaros.
La emperatriz sufrió también la muerte de su hermana Sofia, quemada en un incendio en un hogar de caridad en París, la de su admirado Andrassy, el conde húngaro a quien las malas lenguas imaginaban padre de Valeria, su niña, su corazón, su Kedvesem. Murió también su primo Luis, el rey loco de Baviera, encendiendo en ella más aún el miedo la locura, que había afectado a varios miembros de su familia.
Víctima siempre de los rumores y cotilleos, presa en un mundo en el que el adulterio solo era pecado de mujer y una costumbre consentida en los hombres y maridos. Rebelde frente a una estirpe de mujeres educadas para obedecer y callar. Maria Teresa, la mujer que gobernó con puño de hierro el Imperio de los Habsburgo, no tenía pena de sus hijas, criadas sólo para lograr buenos sellos de estado, Maria Antonieta miraba a Sissi desde las salas del Schönbrunn…
Erzsi, hija de Rodolfo, fue tan revolucionaria e inconformista como su abuela y su padre. Criada por Francisco José, se divorció tras un largo conflicto con la familia y se unió a un político socialdemocrata, por lo que llegó a ser conocida como la archiduquesa roja. Sus hijos se distanciaron de ella, y su marido fue deportado al campo de concentración de Dachau. Su único logro fue ser enterrada lejos de la cripta de los capuchinos, un deseo que Sissi nunca consiguió.
Sissi es una mujer insatisfecha, con ansias de saber, de aprender, de huir de si misma y de su destino, recorre incansable los mares de Homero y de Ulises, las tierras de Aquiles, aprende griego y húngaro, se deja seducir por pueblos y culturas diferentes a la suya.
Va a contracorriente, monta como un hombre, se ejercita con una acróbata de circo, camina durante horas fatigando a todos sus acompañantes.
Una búsqueda incansable, que escandaliza a sus contemporáneos, impropia de una emperatriz, leyendo a poetas proscritos como Heine, Byron, Goethe. Construye moradas en busca de un lugar más acorde a su deseo de intimidad para vivir: Corfú y su Aquileon, Budapest y su Godollo, Hermes Villa en los bosques de Viena.
A lo largo de su vida son constantes las escapadas a Venecia, Irlanda, Inglaterra, Francia… En ocasiones para aceptar retos cada vez mayores superando a jinetes experimentados en las cacerías que luego abandonará. Tunez, Egipto, el norte de África…, balnearios para una cura anual que aplaque sus males. Somatiza todo aquello que su espíritu no acepta: las ceremonias, las falsas alabanzas, el rígido protocolo, la ostentación, y enferma con ellas. Precisa de los viajes y retiros para restablecerse. Necesita el afecto sincero y sólo encuentra traiciones, la de su cuñado Luis Victor, la de su hermana…, todo son envidias, habladurías, la prensa interpreta sus viajes en clave política.
Incapaz de sujetarse a su papel de emperatriz, madre o esposa; incluso su nombre: Elisabeth, Sissi, Erzebet, nos muestra las múltiples facetas de una niña encerrada en las salas amarillo Schönbrunn. Lo tuvo todo y no alcanzó nada; quiso ser anónima y se convirtió en Icono de masas. Pidió ser recordada por su poesía, y que fuera una república, la suiza, quien publicase sus poemas 60 años después. Intuyó que el mundo sería un lugar peor, que las guerras, las fronteras, las ambiciones seguirían siendo protagonistas en un mundo de hombres.
Murió a manos de un anarquista que buscaba notoriedad en 1898.
Un imperio llamado a romperse en mil pedazos, regido por un hombre bueno o ingenuo, su amable Francisco, su esposo, que bailó con las conspiraciones de Bismark y Prusia, que vio su reino expulsado de Alemania, traicionado por Francia, Rusia, que no supo equilibrar el peso de húngaros, checos, eslovacos. Un emperador y un imperio que temía un reino eslavo en sus fronteras y estuvo siempre dispuesto a los pactos y a entregar a sus mujeres en prenda para lograr una paz efímera. Un marido que la sobrevivió casi 20 años, y que es en parte culpable del culto a su figura de mujer bella que ha llegado a nuestros días. En busca de un reconocimiento que no obtuvo en vida, Francisco José llenó el imperio de estatuas de la emperatriz.
Sissi lo acompaño en el trono durante más de 40 años, aunque ni siquiera hoy Viena y el mundo son justos con su legado, perpetuando la imagen de princesita que sus retratos, joyas y vestidos cuentan a los visitantes desde las salas del Hofburg y el Schonbrunn, asustándonos con un maniquí de cabello hasta los pies, un fantasma. Unos objetos que como las estatuas en Hungría y Austria se quedan sólo en la superficie. Su tocador, sus máquinas de ejercicios, su bañera, parecen contarnos lo obsesionada que estaba Elisabeth por el físico, por mantener su aspecto y su juventud.
Elisabeth se refugió en su imagen, se convirtió en la estatua que todos admiraban, la cintura más esbelta de Europa.
Los cuadros que adornan su estancia, su habitación personal, muy reducida en un inmenso palacio, nos hablan de sus perros, sus caballos, sus hermanos, y su pasión, la cultura, la poesía, con los retratos de Heine, el poeta alemán. Parecen incidir en su distanciamiento de la familia, frente al despacho de Francisco José que se decora con las fotos de su mujer y sus hijos, pero, como en su vida, todo es decorado. No hay fotos de las amantes de Francisco José. No hay constancia en la sala de banquetes y ceremonias de la frugalidad de su esposo en las cenas, que obligaba a todos a dejar la comida en las fuentes sin apenas probarla, puesto que los platos se retiraban una vez que el emperador terminaba. De la frialdad de las conversaciones, que obedecían al estado de ánimo de Francisco José, si el no iniciaba la conversación los demás comían en silencio.
Una vida, la del emperador, la de la monarquía, regida por las normas y tradiciones frente a una emperatriz, abierta a las transformaciones que latían a su alrededor, una mujer que desafió a todo un Imperio y pagó un alto precio por ello.
Agradecimientos
Este viaje ha sido posible gracias a la colaboración de Voyage Privé.
El Guisante Verde Project mantiene todo el control editorial del contenido publicado.
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Una magnífica semblanza de esta mujer que tanto ha dado que hablar en el último siglo y medio, a veces mitificada, otras utilizada y no suficientemente conocida. La verdad es que Viena es grandiosa y apasionante, y me parece estupenda la idea de mostrarla usando a la emperatriz como hilo argumental. Las fotos muy buenas, cada vez mejor. Enhorabuena.
ResponderEliminar¡Muchas gracias Javier Domingo!, completamente de acuerdo con lo que apuntas, Viena tiene muchas visitas y esta puede ser una de ellas, :)
EliminarYo iba a ir a Viena en el famoso puente que los controladores nos dejaron con la carta partía jajaja y desde entonces no lo he intentado otra vez, tu relato anima a una segunda oportunidad, esperemos nos dejen.
ResponderEliminarSaludos viajeros
LoBo BoBo
Vaya, Paco, siempre estamos a merced de los que nos llevan, jejejeje. Esperamos que si, que lo intentéis de nuevo, ¡esta vez con suerte!
EliminarUn post estupendo.Es para pensar y mucho en como se desarrollaba la vida en aquella época.
ResponderEliminarLas fotografías preciosas, de gran belleza.Me ha gustado mucho la explicación de la vida de Sissi.Por cierto nada envidiable bajo mi punto de vista.Saludos.
Tiramillas, efectivamente, muchos solamente ven la cara bonita de ser emperatriz, pero no todo era color de rosa... ¡Saludos!
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