En este viaje, que no es un viaje, nos acompaña René Magritte, el hombre invisible con su abrigo negro y su bombín, sobre un fondo azul con nubes blancas. Partimos de Bruselas. Allí se encuentra el Musée Magritte, ubicado en la Place Royale, en el Hôtel du Lotto, un bonito palacete neoclásico. Terminamos en Madrid, visitando la gran retrospectiva que se expone en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.
Magritte, nacido en 1898 en Lessines, una pequeña localidad a poco más de 50 km de Bruselas, es el impulsor del surrealismo belga, aunque sus inicios, poco conocidos, transitaron por el impresionismo. No se quedó ahí, y durante su primera etapa asimiló influencias de otros muchos movimientos, como el Cubismo o el Futurismo.
Pero si tenemos que hablar de una influencia decisiva en la obra de Magritte, es la que ejerció Giorgio De Chirico. El contacto con su obra, en 1922, provocó que Magritte abandonara otros estilos y adoptara el estilo metafísico del italiano.
Para cualquiera que quisiera ‘estar en la onda’ en el primer cuarto del siglo XX, los ‘Locos Años Veinte’, era condición indispensable vivir en París. Magritte se trasladó a la Ciudad de la Luz, más bien a sus cercanías, en 1927, y se introdujo de pleno en el círculo surrealista parisino: Breton, Max Ernst, Éluard, Arp, Miró y Dalí fueron sus compañeros.