Labetxu, el Valle de los colores, en el monte Jaizkibel, una maravilla geológica, que transforma la roca en una sinfonía cromática de blancos, rojos, negros, anaranjados, amarillos, violetas..., y formas casi inverosímiles hasta lograr uno de los espacios naturales más sorprendentes de Euskadi. Se encuentra junto al mar en las faldas del monte Jaizkibel, entre Hondarribia y Pasai Donibane.
Ya han transcurrido 15 años desde que Carlos Galán, José Rivas y Marian Nieto publicaron (2007), su estudio sobre el ‘Pseudokarst en arenisca del flysch costero Eoceno, Gipuzkoa’ para la Sociedad de Ciencias Aranzadi. Desde entonces, han sido numerosos los artículos científicos publicados, de forma que la singularidad geológica de la zona es conocida en el ámbito académico a nivel mundial.
Lo espectacular de las geoformas, su variedad en cuanto a diseños, tamaños y colores es impresionante. El potencial geoturístico de un itinerario didáctico que recorra la geozona de Jaizkibel es muy alto, incluso si lo planteamos a nivel de toda la Península Ibérica. Algunas valoraciones, tal vez demasiado optimistas, equiparan lo que podría hacerse allí con el modelo de parques nacionales de Estados Unidos.
A nosotros que, por fortuna, conocemos bastantes national parks, nos da la impresión de que, Labetxu, junto con otros lugares de Jaizkibel, podría encajar en un modelo más parecido al de otro lugar, también en USA, y absolutamente increíble, Antelope Canyon, Utah.
En cualquier caso, la realidad es que la zona no está preparada para recibir grandes flujos de visitantes. En este sentido, la falta de inversión pública es patente. La señalización es prácticamente nula, con excepción de algunos paneles informativos a lo largo del recorrido del ‘Talaia Bidea’ y, no hay que olvidarlo, visitar este paraje requiere un cierto esfuerzo físico, algo que ya ejerce de filtro limitador del número de visitantes, y no exento de riesgo. De hecho, durante nuestra visita fuimos testigos del rescate de un senderista en el mismo Labetxu.
El Valle de los Colores, todo Jaizkibiel en realidad, es un paisaje necesitado de conservación y preservarlo es labor, no solo de las instituciones públicas, sino de todos los que por allí caminamos. La falta de protección es palpable, a pesar de que gran parte de Jaizkibel goza de las medidas de protección que le confiere su declaración como Zona Especial de Protección de la Red Natura 2000. Numerosas organizaciones ecologistas llevan años denunciando la realización de actividades inadecuadas en la zona.
En Labetxu son varias las cuerdas de equilibrio que cruzan el valle, incluso en su parte más baja, la más colorida y espectacular donde hay dos enganches que sirven para que numerosos turistas nacionales y extranjeros, hagan piruetas en un espacio frágil que debería estar a salvo de acciones que aceleren su deterioro
Las areniscas de Labetxu se originaron durante el flysch eoceno (hace unos 40 millones de años), fueron modeladas por el tiempo y los elementos hasta proporcionarnos un espectáculo único, un paisaje que puede perderse mucho antes de lo que debiera, a causa de la acción humana.
Las amenazas a este enclave privilegiado también provienen de la propia naturaleza. Los cambios de humedad, la acción de la sal marina y el viento, erosionan sin descanso las rocas y geoformas de Labetxu, contribuyendo al desarrollo de formas singulares, al tiempo que lo hacen desaparecer. Tampoco podemos olvidar que, en los escenarios proyectados de cambio climático en Euskadi para finales del siglo XXI, se contemplan ascensos medios del mar entre 19 y 49 cm, lo que supondrá la desaparición tanto de Labetxu como de las Paramoudras de Jaizkibel.
Labetxu no es el único punto de interés, en cuanto al paisaje se refiere, del macizo de Jaizkibel. Sus geoformas y colores trascienden los límites del valle, aunque encontrarlas requiere un buen conocimiento de la zona, acompañado de unas piernas acostumbradas al terreno abrupto. Otros espacios son más conocidos, como las Paramoudras, el Laberinto Blanco, Punta Biosnar o el Gran Kanto (muy difícil el acceso a esta especie de ola petrificada que ya admiró a Victor Hugo, tal y como refleja en su obra 'Los Pirineos', 1843). No obstante, para un gran número de personas, la zona es absolutamente desconocida y, tal vez, sería mejor que continuara así.
En este punto, nos hallamos, no solo en el caso de Labetxu, sino en otros lugares que se encuentran en circunstancias parecidas, ante un dilema: la divulgación o no de los emplazamientos, rutas, etc. Lo cierto es que, actualmente, resulta bastante sencillo recopilar información suficiente sobre los lugares más conocidos de Jaizkibel, así que no vamos a describir aquí una ruta detallada llena de waypoints para llegar a Labetxu, al estilo wikiloc. Dejamos las mínimas explicaciones posibles, aunque si os fijáis con atención en las imágenes de la ruta, veréis que es sencillo llegar, prácticamente se trata de trazar una línea recta desde el punto de salida hasta la llegada al mar.
RUTA A LABETXU EN JAIZKIBEL
De entre las diversas rutas que existen para llegar hasta Labetxu, nosotros elegimos la que parte desde el monumento conocido, más que justificadamente, como ‘El Huevo Frito’. Serán entre 8 y 11 km de recorrido, dependiendo de si la ruta de ida y vuelta es o no por el mismo camino, con un desnivel positivo de unos 500 metros. Durante el descenso, el entusiasmo por las vistas y el paisaje que nos rodea, además de tener fijado en el horizonte el punto de destino, hacen que apenas notemos la inclinación; a la vuelta, en la subida, lo sufriremos... Habíamos leído que, durante el verano, la vegetación podría ser un obstáculo, tanto para orientarse en la ruta como para avanzar, así que hemos visitado Labetxu durante el comienzo de la primavera, para intentar evitar ese escollo. Aun así, es justo indicar que las rutas por esta parte de Jaizkibel tienen algo de aventura y descubrimiento y, en ocasiones, hay que dejarse llevar por la intuición a la hora de encontrar el sendero.
También había que contar con el nivel de la mar; la tabla de mareas ha sido fundamental para elegir el día en el que la mar estuviera bajando en un horario que nos permitiera ir desde Bilbao y hacer el sendero a tiempo de llegar al valle con la bajamar. Por último, debíamos intentar que todo eso encajara en un día soleado, para que los colores luzcan en todo su esplendor. En primavera, en Euskadi... ¡Nosotros que creíamos que la planificación para ver auroras boreales era complicada...!
Empezamos. Poco antes del km 9 de la carretera GI-3440 (dirección Hondarribia), veréis un arcén bastante grande a la izquierda, donde se pueden aparcar los coches. Hay que retroceder andando unos metros, hasta una curva pronunciada, donde la valla de la carretera se abre. Allí encontramos un cartel informativo muy deteriorado, y tomamos una senda que nos lleva casi en línea recta hasta la escultura de Remigio Mendiburu, ‘Herriaren Batasuna’, conocida como ‘El Huevo Frito’. Se encuentra en lo alto del Artola, muy cerca de la frontera entre los pueblos de Hondarribia y Pasai Donibane, como símbolo de su unión.
Las vistas son, de verdad, espectaculares. Casi frente a nosotros, en el horizonte, entre dos lomas, se adivina la ubicación de Labetxu. Iniciamos el descenso, en paralelo al muro de piedra que se sitúa a nuestra izquierda. Nos cruzaremos con el sendero Talaia (cartel informativo), aunque nosotros continuamos el descenso. Un poco más adelante, veremos claramente la confluencia entre las lomas que marca el punto de destino. Cruzamos una primera pista que viene de la derecha y seguimos el descenso hasta la siguiente pista de tierra. Allí, avanzamos por esa pista unos metros, hacia la izquierda, cruzando el paso metálico del suelo. Enseguida veremos un senderito que se aparta del camino y se dirige un poco hacia la derecha, donde se divisan, entre los árboles, las ruinas del antiguo caserío Gaztarrotz.
El sendero no está claro en esa zona; existen marcas blancas que lo señalan, a veces, aunque básicamente se trata de atravesar el bosque, siempre teniendo en cuenta que nuestro destino lo encontraremos a la derecha. Una vez salimos del bosque tenemos vista en altura de Labetxu. Toca descender un tramo que, si está mojado, puede resbalar. Está controlado; una cuerda bien anclada nos permite hacer un mini rápel y continuar tranquilamente, ya con el valle de los colores a la vista.
La otra opción para llegar hasta Labetxu (más rápida y clara) es la siguiente: una vez en la segunda pista de tierra, nos situamos en el paso metálico del suelo que evita que el ganado lo atraviese. Una valla de alambre, a nuestra derecha, desciende la montaña en paralelo al arroyo Gaztarrotz. Continuaremos por esa ruta, dejando la valla y el río siempre a nuestra derecha. Según avanzamos, el camino se hace más claro al atravesar una pequeña zona boscosa; a continuación vamos progresando con cuidado por un plano inclinado con el sendero poco definido (recordad, el pequeño cañón por el que discurre el arroyo Gaztarrotz, aunque no lo veáis, se encuentra a la derecha). La desembocadura del río llega justo al centro de Labetxu. Nosotros utilizamos esta ruta para el camino de vuelta.
Jaizkibel reúne simas, abrigos, grutas, cuevas, con abundancia de raros elementos geológicos: espeleotermas originales (depósitos minerales secundarios formados en cuevas tras la génesis de estas); formas redondeadas, alveolos, que pueden ser simples o formar uniones mayores, celdas en forma de panal de abejas, e incluso sistemas de grandes celdas, boxworks; bandas de Moebius (bandas delgadas que destacan de la roca en relieve positivo con un perfil en forma de T); anillos de Liesegang (bandas o anillos concéntricos, secundarios, causados por la precipitación rítmica de fluidos saturados en las rocas), por citar algunos. En el caso de Jaizkibel, los abundantes colores rojos son debidos a óxidos e hidróxidos de hierro.
Sería magnífico recorrer Jaizkibel y Labetxu junto a un equipo de expertos en geología. Todo lo que vemos tiene una explicación, un nombre y una razón de ser; nos podrían hablar de los patrones matemáticos que siguen los diseños, aparentemente aleatorios, de algunas geoformas y que incluso tienen su traslación al mundo animal, con los moteados o vetas de la piel de algunas especies.
Nosotros nos limitamos a admirar y fotografiar un lugar fabuloso, un mosaico de formas y colores, que tan pronto nos recuerda a un ser vivo como a una galaxia, poblada de estrellas y planetas con sus órbitas bien definidas; incluso podríamos tener la sensación de encontrarnos en un mar lleno de esponjas, corales, medusas y algas donde el agua ha desaparecido súbitamente permitiéndonos caminar por un mundo submarino que, normalmente, nos está vedado. Labetxu, el Valle de los Colores.
Me parece alucinante y no lo conocía. Saludos desde Bolzano.
ResponderEliminarRealmente no es muy conocido, y motivos para serlo no le faltan; en general a toda la zona de Jaizkibel. Espero que disfrutaras por Bolzano, nosotros le tenemos ganas a esa parte de Italia.
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