¡Mira que es bonita Hondarribia! Esta pequeña villa rodeada de mar y montañas, situada junto a la desembocadura del Bidasoa, en un promontorio sobre la bahía de Txingudi, conquista a todos los que caminan por las calles adoquinadas de su casco histórico amurallado, por la Marina (el barrio de los pescadores), o se pierden en sus espacios naturales. La Hondarribia medieval, la marinera y la de caseríos y montaña, un tres en uno, nos espera muy cerca de Irún, asomada a Francia: un enclave único en la costa de Gipuzkoa.
De conquistas, asedios y resistencia, sabe mucho la villa. Durante nuestra última visita volvía a encontrarse cercada por un enemigo, que no conocía fronteras, y atacaba por igual en todas partes, recorriendo el Planeta sin apenas oposición. Un enemigo que no mostraba sus fuerzas concentradas al pie de las fortificaciones y que había vaciado Hondarribia de turistas. Sus habitantes, tímidamente concentrados en algunos, pocos, lugares de la Villa, dejaban sus calles desprovistas de ese ambiente de terrazas y pintxos que tanto caracteriza a esta plaza fuerte.
Nuestra última visita fue muy inusual; resultaba extraño escuchar, ya caída la tarde, como único sonido, los ecos del coro que ensayaba en la iglesia parroquial de Santa María de la Asunción y del Manzano; extraño también el moverse por las estrechas calles del casco antiguo sin aglomeraciones, solos a menudo; incluso en nuestro alojamiento, el antiguo palacio de Carlos V, por donde deambulábamos recorriendo sus salones y pasillos en silencio, casi como fantasmas.
Al cruzar la Puerta de Santa María y ascender por la Calle Mayor nos adentramos en el casco histórico, donde echar un vistazo atrás en el tiempo nos ayudará a entender, un poco mejor, el carácter de la antigua Fuenterrabía. Ciudad “muy noble, muy leal, muy valerosa y muy siempre fiel”. Numerosos personajes ilustres nos acompañarán en este viaje.
La estratégica posición de Fuenterrabía frente a la siempre amenazante Francia, se puso rápidamente de relieve, nada más nacer y obtener el fuero de villa concedido por Sancho el Sabio de Navarra. El rey castellano Alfonso VIII incorporó, por la fuerza, las tierras alavesas y guipuzcoanas a su reino, dejando el camino libre para reclamar, como parte de su herencia, la región francesa de Aquitania. Navarra quedó, ya para siempre, sin salida al mar. Alfonso, actuando inteligentemente, confirmó el fuero de Fuenterrabía en 1203, y esa se toma por la fecha fundacional para este enclave.
Hondarribia es una villa marinera, que aun mantiene actividad pesquera. Fuera de las murallas se encuentra el barrio de los pescadores, la Marina. Las casas con vivos colores, un forma de aprovechar lo que sobraba de pintar el casco de los barcos, son seña de identidad de un buen lugar para pasear y comer en una terraza. Destacan la Casa Zeria, de 1574, en la calle San Pedro, que tiene forma curva por seguir su trazado la antigua línea de costa; la Cofradía de Pescadores, fundada en 1361 o la Iglesia de la Marina. En el Puerto Viejo se encuentra varado el barco Mariñel.
La hasta entonces apacible vida de la villa costera dio un vuelco con el final de la Guerra de los Cien Años, 1453, porque Aquitania volvió a manos francesas y, de un día para otro, Fuenterrabía se encontró frente al enemigo. La muerte sin sucesión de Enrique IV de Castilla, 1474, provoca la batalla por el trono entre Isabel la Católica, a la que apoyan Bizkaia y Gipuzkoa, y Juana, la Beltraneja, esposa del rey de Portugal, que contaba con la ayuda de Francia. Esta vez si, los franceses cruzan las fronteras a sangre y fuego y ponen cerco a Fuenterrabía, que resiste y expulsa a los invasores.
La siempre relativa paz con Francia hizo posible uno de los hitos de la historia de la villa: la visita de Juana I de Castilla y Felipe I de Castilla, que han pasado a la historia popular como Juana la Loca y Felipe el Hermoso, en su camino desde los Países Bajos para ser reconocidos por las Cortes castellanas como legítimos herederos de la Corona.
En la calle Juan Laborda, se encuentra la casa solariega de los Eguiluz, de los siglos XVI-XVII, que es donde, al parecer, se alojó en 1502 la ilustre pareja.
Carlos V, convertido en Emperador, tenía un poder enorme. Sus posesiones rodeaban completamente el territorio francés y ahogaban a Francisco I, empujándole a buscar una alianza inverosímil en la época: el Turco. La historia de Europa durante los siguientes 30 años estuvo marcada por la rivalidad entre ambos gobernantes. Francisco aprovechó la falta de experiencia de Carlos, su impopularidad en España y la Revuelta de los Comuneros para, aliado con el exiliado rey de Navarra, invadir el viejo reino y, además, tomar Fuenterrabía.
Dos años estuvo Carlos tratando de recuperar la plaza. Gastó una fortuna y, en el asedio final, provocó una terrible destrucción. Nada más retomar Fuenterrabía, 1524, ordenó su reconstrucción; incluso supervisó personalmente las obras en 1539. Otra visita ilustre para la villa. Las fortificaciones que vemos actualmente, son básicamente de la época del Emperador.
En la visita a Hondarribia, no puede faltar un recorrido por las murallas. Aun podemos admirar muchos de sus elementos más característicos, como el Baluarte de la Reina, del siglo XVI, que conserva sus dos patios unidos por un túnel sobre el que se encuentra su antigua plataforma de artillería. El Baluarte de Leyva, uno de los que mejor conserva su traza original, o el Baluarte de San Felipe, del siglo XVII.
Nos encontramos con dos puertas de acceso al recinto histórico. La Puerta de San Nicolás: en realidad hay dos puertas de San Nicolás. La interior, más antigua, medieval, un arco sencillo al final de la calle San Nicolás. La más reciente, del siglo XVI, tenía un puente, mezcla de levadizo y firme para salvar la altura entre la puerta y el foso. La pasarela se ha rehabilitado y es un acceso espectacular al recinto amurallado.
La Puerta de Santa María, portal de entrada a la Calle Mayor. Hoy día es un arco sencillo que en su interior conserva los goznes de la puerta. Sobre el arco, el escudo de la ciudad, de 1694, coronado por la Virgen de Guadalupe; sobre el escudo, el reloj de Sol. Justo antes del acceso se encuentra la escultura del ‘hatxero’ o zapador, el que abría paso a las tropas. A la izquierda de la puerta, el cubo de Santa María, del siglo XVI.
Entramos en el recinto amurallado, que adquirió su aspecto actual en el Renacimiento. Intramuros, hay que prepararse para no perder detalle, su estructura en cuadrícula, típicamente medieval; edificios solariegos, palacios, calles estrechas y empedradas, balcones de hierro forjado, grandes y labrados aleros que pondrán a prueba nuestra vista y nuestro cuello...
En la Calle Mayor sus edificios nos tendrán entretenidos un buen rato. El nº 20 es el Ayuntamiento, barroco, de 1735. El nº 5 es la Casa Casadevante donde se negoció la tregua durante el sitio de 1638. El Palacio Zuloaga, nº8, la casa del Conde de Torre-Alta, elegante y equilibrado gracias a sus vanos decorados con motivos barrocos. Preside su fachada blasonada el escudo de la familia Zuloaga. Es la sede del Archivo Histórico y la Biblioteca Municipal. El número 2, con fachada de ladrillo azul vitrificado, es la Casa Ladrón de Guevara, barroca, del siglo XVII. En la parte alta de la calle se levanta el edificio religioso más imponente de la villa, la Iglesia Parroquial de Santa María de la Asunción y del Manzano.
Al Emperador se debe también uno de los edificios más singulares de Hondarribia. Al final de la Calle Mayor encontramos la antigua Plaza de Armas, que, además de su función militar, también servía para diversos actos festivos. En un lateral de la Plaza se levanta el monolítico Castillo de Carlos V, hoy Parador de Turismo. Sus orígenes se remontan a 1190, ligados a los reyes navarros Sancho Abarca y Sancho el Sabio. Sin duda, merece una visita, en especial a salas como la de los tapices de Rubens donde podréis conocer la historia de Aquiles y su famoso talón...
En esta pugna entre Carlos y el rey francés, la villa jugó un papel estelar. Durante la Batalla de Pavía, Italia, en 1525, Francisco I fue hecho prisionero por las tropas de Carlos. Al rey francés se le permitió regresar a su país, un año más tarde, aunque su lugar lo ocuparon sus dos hijos mayores, de 7 y 8 años. El intercambio se llevó a cabo en Fuenterrabía. Allí volvieron los príncipes, cuatro años después, para ser devueltos a Francia, esta vez, previo pago de un rescate.
El esfuerzo bélico tanto en vidas humanas, como en medios materiales, que se pedía a Fuenterrabía no cesó con Felipe II, sucesor de Carlos, sino al contrario, aumentó. Un Imperio a escala planetaria era insaciable. También obtuvo privilegios, como la preferencia de sus navíos en todos los puertos, aunque esto no compensaba las pérdidas.
Del reinado de Felipe II, concretamente del año 1598, data el Castillo de San Telmo, también conocido como Castillo de los Piratas, construido para proteger los barcos fondeados del ataque de los piratas. Se puede llegar hasta aquí dando un buen paseo desde el barrio de los pescadores, por la playa, el puerto deportivo y el pesquero. Si nos quedamos con ganas de más caminata, se puede llegar al Faro de Higer, sobre el cabo del mismo nombre. Allí encontraréis mucha información sobre Talaia Bidea. El sendero forma parte del GR-121. Desde Hondarribia parte la primera etapa, que termina en Pasaia. Un recorrido soberbio y exigente por la distancia, que transcurre por la costa y las faldas del monte Jaizkibel.
En 1615, se produjo el matrimonio por poderes de dos infantas reales. Por una parte, Ana de Austria, hija de Felipe III, y hermana de Felipe, se casó en Burgos con el rey Luis XIII de Francia. El mismo día, Isabel de Borbón, hermana del monarca francés, se casaba en Burdeos con el futuro Felipe IV de España. Ambas princesas dejaron sus países rumbo a lo desconocido, hacia la corte de sus respectivos archienemigos. El intercambio se produjo en la llamada Isla de los Faisanes, en Fuenterrabía. Un enclave con mucho protagonismo, como veremos.
El agotamiento de la población y la sombra de la bancarrota que acompañaron al final de los Austrias dieron alas al Cardenal Richelieu, que estableció alianzas con los protestantes en su empeño por conseguir la derrota total de España. En ese contexto se fraguó el acontecimiento bélico más importante en la historia de la villa: el asedio de 1638.
El 1 de julio de ese año, el ejército francés cruzó la frontera, tomo Irún, Oiartzun, Lezo, Rentería y Pasajes, para después poner cerco a Fuenterrabía. Poco más de 1000 defensores para contener 18.000 atacantes provistos de poderosa artillería. La villa, que tras un mes de asedio vio como las municiones y los víveres escaseaban, se encomendó a la Virgen de Guadalupe; prometió celebrar siempre el día que venciera a los asaltantes. Por fin, tras padecer innumerables penurias, los defensores recibieron la ayuda demandada. El Almirante de Castilla, al mando de sus tropas, puso fin al asedio, tras 69 días de combates. El 7 de septiembre de 1638 el ejército francés fue completamente derrotado.
El padre jesuita José de Moret escribió en latín la crónica del asedio en 1655, con el título 'De obsidione Fontirabiae'. La obra fue traducida en 1763 por Manuel Silvestre de Arlegui, maestro de gramática en Sangüesa, bajo el título de 'Empleos del valor y bizarros desempeños o Sitio de Fuente-Rabía'. La destrucción y las penurias sufridas por la población se resumen bien en esta frase que refleja la impresión de lo que vieron las tropas de auxilio al entrar en la ciudad: “Casi no hallaban a Fuente-Rabía dentro de Fuente-Rabía.”
También se ha hecho célebre un párrafo de una carta enviada por Juan Alonso Enríquez, Almirante de Castilla, a su esposa, doña Luisa Padilla: "Amiga: como no sabes de guerras, sólo te diré que el campo enemigo se dividió en cuatro partes: una huyó, otra matamos, otra prendimos, y la otra se ahogó. Quédate con Dios, que yo me voy a cenar a Fuenterrabía".
Es el jesuita Sebastián González, a falta de alguna otra prueba, el primero, y único en el siglo XVII, que refirió la anécdota, afirmando haber visto la carta original. La hazaña fue tal que obras de teatro, romances, versos, incluso Calderón de la Barca alabaron la victoria sobre el francés y el heroísmo de los defensores, grandes festejos recorrieron el Reino. Un año después, las ruinas seguían dominando Fuenterrabía, las palabras del rey y del conde-duque de Olivares prometiendo compensar a la villa por las múltiples penurias padecidas quedaron en nada. Quien si cumplió fue el alcalde, que recordó la promesa realizada a la Virgen, y el 8 de septiembre de 1639 la villa procesionó por primera vez hasta Guadalupe. Una tradición que sigue viva, es el Alarde de armas.
Este hecho es un motivo más que suficiente para visitar el cercano Santuario de Guadalupe. Su origen se data en el siglo XVI, aunque ha sufrido varias reconstrucciones, la última en el XIX. Allí se encuentra la Virgen de Guadalupe, patrona de la ciudad, y una de las ocho vírgenes negras de Gipuzkoa. Desde allí podemos visitar el Fuerte de Guadalupe. Una construcción asombrosa, finalizado en 1900, y la mayor fortificación contemporánea de Euskadi, con un total de 30.000 hectáreas. Forma un polígono de ocho lados, con foso y fuertemente defendido. En la visita, guiada (no tuvimos la fortuna de poder acceder), se muestran los fosos, los pabellones de oficiales, los polvorines… Además del interés arquitectónico e histórico, recibe visitas por formar parte de los lugares, junto con otros de Hondarribia, donde se grabaron escenas de la serie de televisión ‘El Internado: Las Cumbres'.
En 1659 se produjo otro hecho notable en la vida social de la villa. En la Isla de los Faisanes se firmó con Francia la Paz de los Pirineos. Se llamó así porque estableció como frontera entre ambos países la cordillera pirenaica. La firma se refrendó en 1660 con la boda, también en Fuenterrabía, de un joven Luis XIV, el rey Sol, con Margarita de Austria, la primogénita de Felipe IV. Una boda con todo el boato habitual de la época para un enlace real…, aunque celebrada sin el novio; una vez más, se hizo por poderes.
La ceremonia se celebró en la iglesia más importante de Fuenterrabía, la Iglesia Parroquial de Santa María de la Asunción y del Manzano, que se encuentra en la Calle Mayor. El edificio sustituye a una construcción anterior, románica, y se levanta sobre fragmentos de antiguas murallas. De estilo gótico con elementos renacentistas como la portada, del siglo XVI y barrocos, como el campanario añadido en el siglo XVIII.
Este folletín barroco no termina ahí. Al día siguiente Felipe IV se encontró con la reina madre de Francia, su hermana, Ana de Austria, a la que no veía desde hacía 25 años. Luis XIV, que no podía resistir la espera, se ‘fugó’ de San Juan de Luz (donde se celebraría la boda, esta vez si, con ambos contrayentes) y, cabalgando, llegó hasta la isla de los Faisanes donde, a escondidas, pudo ver a la que sería su esposa.
Otro ilustre que paseó sus reales por Fuenterrabía fue Diego Velázquez, que se ocupó del buen transcurso de las ceremonias. El pintor pagó caro el esfuerzo, los dos meses de viaje y la responsabilidad que caía sobre sus hombros. A su regreso a Madrid falleció, seguido, apenas una semana más tarde, por su esposa.
Las calles del casco histórico de Hondarribia, nos muestran claramente la importancia de la villa a lo largo de los siglos, de los personajes históricos que transitaron por ellas y también las de sus familias más ilustres. Entre los muchos edificios notables que nos encontraremos podemos señalar, además de la de Eguiluz, la Casa Rameri, nº 16 de Pampinot kalea, edificada en el siglo XVII. Interesantes son también la Plaza de Gipuzkoa, o el llamado ‘Pozo del Francés’, del siglo XVI.
Una de las edificaciones más antiguas e la Casa Palencia o Etxebestenea, en la Plaza del Obispo, donde nació Don Cristobal Rojas y Sandoval en 1502. Llegó a ser Arzobispo de Sevilla y capellán de Carlos V.
Otro ilustre linaje tiene aquí su casa, se trata de la familia de Antonio de Ubilla, primer Marqués de Rivas, en la calle Ubilla. En esta misma calle, destaca el número 4, con el escudo de la familia Arsua en la fachada. La calle San Nicolás reúne un buen número de casas con planta baja de sillería, ventanas adinteladas y aleros decorados: el nº2, la Casa Mugarretenea, el nº 5, de 1757 o el nº 13, del año 1665.
La villa vio cómo, poco a poco, su importancia decaía; desanexiones, declive económico, pérdida de población…, incluso un asalto de los revolucionarios franceses que volaron la mitad de las murallas en 1794. A finales del siglo XIX se inicia la recuperación, impulsada por un sector en alza: el turismo.
Visitantes ilustres, fugas, asedios, ceremonias, intercambio de rehenes…, huellas de aventura y de la Historia que muestran que Hondarribia ha sido una frontera muy codiciada y posee atractivos suficientes para cualquier viajero curioso. Los txintxorros, pequeñas barcas listas para llevarnos a la embarcación, varados a la espera, mientras observamos la cercana Hendaya, resumen el espíritu de esta villa marinera, a la vez encrucijada y refugio. Acercarse hasta Hondarribia, amurallada, colorida, marinera, es descubrir que este bello enclave es mucho más que una ciudad de paso.
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