La Iglesia de San Sergio y San Baco de Estambul, actualmente mezquita, Küçuk Ayasofya Camii, es conocida popularmente como la Pequeña Santa Sofía. Tiene su origen en una iglesia ortodoxa consagrada a dos santos mártires romanos y fue transformada en mezquita durante el Imperio Otomano.
Asomada al Mar de Mármara, en el barrio de Eminönü, distrito de Fatih, el lugar con más historia y más abigarrado de Estambul, encontramos una pequeña joya. Escondida y, a un tiempo, un secreto a voces que, sin embargo, incluso hoy en día se encuentra fuera de los lugares más transitados por los visitantes de la ciudad a orillas del Bósforo.
Los orígenes de esta pequeña maravilla arquitectónica se encuentran bastante bien documentados; no obstante, como ocurre a menudo en Oriente, la leyenda tiene un papel importante en la Historia. Así, se dice que, reinando Justino I, su sobrino y futuro emperador, Justiniano, fue acusado de conspirar contra la corona, lo que equivalía a una sentencia de muerte. Nunca sabremos que habría ocurrido si Justiniano hubiera sido ejecutado, aunque seguramente el Mundo no habría sido el mismo. El caso es que Justiniano conservó la cabeza sobre los hombros gracias a los santos Sergio y Baco que, durante un sueño, se aparecieron a Justino para convencerle de la inocencia de su sobrino.
Sergio y Baco, antes de convertirse en santos, ostentaban un alto cargo militar a las órdenes del emperador Maximiano, que, debido a su valentía, les tenía gran aprecio. A Maximiano, aguerrido comandante que pasó buena parte de su vida en campañas militares, no le sentó nada bien enterarse de que Sergio y Baco eran cristianos. Los sustituyó por sus acusadores, ordenó que se les encadenara y se les llevara al gobernador de la provincia Augusto-Eúfrates. Tras sufrir lo indecible durante la marcha, Baco murió golpeado sin piedad. Sergio fue obligado a correr durante varios kilómetros con calzado que llevaba los clavos hacia dentro. Finalmente, murió decapitado.
Justiniano, agradecido por haber intercedido por él ante su tío, prometió levantar una iglesia en honor de los mártires romanos nada más ser coronado emperador, y cumplió su promesa, al ser uno de sus primeros actos: las obras se iniciaron en el año 527 y finalizaron en el 536.
Se eligió para levantar el templo un solar irregular entre el Palacio de Hormisdas, donde Justiniano vivió antes de convertirse en emperador, y la iglesia de los Santos Pedro y Pablo, con la que compartió algunos elementos. El parecido arquitectónico con Santa Sofía llevó durante mucho tiempo a creer que fueron los mismos arquitectos, los responsables de su construcción y que fue una especie de ensayo para diseñar a su hermana mayor, Hagia Sophia. Aunque está teoría apenas tiene base actualmente, el decir popular se sigue refiriendo a ella como ‘Pequeña Santa Sofía’, y así aparece en las guías de viaje y en la información turística.
La conquista de Constantinopla por el Imperio Otomano en 1453 no supuso cambios para el edificio. Sin embargo, la llegada al trono del sultán Beyazid II marcó un punto de inflexión. Entre 1506 y 1513 la iglesia fue transformada en mezquita. De ello se encargó Hüseyin Ağa, el eunuco jefe de los Ağa, los guardianes de la ‘Puerta de la Felicidad’ en el Palacio de Topkapi. En este tiempo se añadieron el pórtico y la madrasa. Hüseyin Aga continúa vinculado a la Pequeña Santa Sofía, ya que en el cementerio anexo al edificio, entre un bosque de estelas, se levanta su mausoleo.
La historia del edificio registra diversos avatares y restauraciones, debido fundamentalmente a los terremotos de 1648 y 1763, las filtraciones de agua, y las obras de construcción de las vías del tren. Tras una gran restauración, desde 2006 podemos contemplar de nuevo la belleza de sus formas.
Buena parte de la culpa de que la ‘Pequeña Santa Sofía’ pase desapercibida es su discreto aspecto exterior. Nada llama la atención. Otra cosa es el interior. Su planta es muy original, tiene forma de octágono dentro un cuadrilátero irregular, y fue copiada para levantar otra maravilla del arte bizantino: la Iglesia de San Vital de Rávena (Italia). Incluso el todopoderoso arquitecto Sinán (en el blog: 'Sinán, el arquitecto viajero y el perfil de Estambul') se inspiró en ella para su mezquita Rüstem Pasha, otra joya escondida en el corazón de Estambul.
La bóveda es una obra maestra compuesta por dieciséis cuerpos que tienen la particularidad de estar conectados entre sí sin utilizar pechinas esféricas. La estructura se levanta sobre ocho potentes pilares poligonales. Entre ellos se colocan columnas geminadas talladas en mármol, alternando rojas y verdes. El juego de luces y sombras que inundan el interior del edificio aumenta la belleza de los capiteles e invita a descubrir el friso que recorre la rotonda.
La devoción de Justiniano y Teodora, el matrimonio imperial, por San Sergio queda patente en una inscripción, y resulta curioso que San Baco no aparezca mencionado en ningún lugar, pese a haber tenido el mismo protagonismo que su compañero en la salvación del emperador.
Aunque la decoración original del interior, probablemente de mosaicos, se ha perdido totalmente, la visita a la ‘Pequeña Santa Sofía’ es un placer que se incrementa al subir a la galería superior, algo excepcional y único en Estambul, y desde allí admirar la serena belleza de su interior, a salvo de multitudes.
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