El Monasterio de Batalla (Mosteiro da Batalha), es uno de los muchos ejemplos de como la destrucción, la muerte y la guerra son, a menudo, origen de lo que hoy en día consideramos Patrimonio Cultural de la Humanidad. El siglo XIV en Europa estuvo marcado por la Guerra de los Cien Años, que se desarrolló en diferentes escenarios y con con diferentes actores en función de los intereses de las grandes potencias implicadas.
La rivalidad entre España y Portugal es el origen de esta historia, en concreto las aspiraciones al trono de Castilla del rey portugués, Fernando I, que a la postre murió dejando como heredera a Beatriz de Portugal, casada con Juan I de Castilla. Así, la situación inicial se invirtió y la anexión de Portugal por parte de Castilla parecía una cuestión de tiempo, algo que no era aceptable para amplios sectores de la burguesía lusa. Tras diversas intrigas y una soterrada aunque feroz lucha interna, don Juan, maestre de la Orden de Avis, fue coronado en Coimbra como Juan I de Portugal, abriendo la vía de la guerra.
El rey portugués se encontraba en Tomar, refugio de los últimos templarios, cuando recibió la noticia de que las tropas castellanas, apoyadas por caballería francesa, habían cruzado la frontera. Evitar que alcanzaran Lisboa se convirtió en el objetivo principal. Los portugueses, junto con sus aliados ingleses, tuvieron tiempo de escoger el lugar más adecuado, aunque su patente inferioridad numérica hacía que el resultado de la batalla que se avecinaba no les pareciese favorable. Sin embargo, castellanos y franceses, sin haber aprendido nada de varapalos como el de Crécy, una vez más, fallaron estrepitosamente en la estrategia. Era el 14 de agosto de 1385.
Tras la fallida carga de la caballería francesa los portugueses tomaron numerosos prisioneros, y provocaron que la retaguardia castellana se desorganizara en su avance. Aun así, ante los todavía muy superiores en número contingentes invasores, el rey portugués hubo de echar mano de todas sus tropas para la batalla final. En ese momento se decidió ejecutar a los prisioneros.
Aunque las bajas fueron enormes en ambos bandos, se dice que los cadáveres interrumpieron el curso de los ríos que rodeaban la colina, para los castellanos el desastre fue absoluto y con el ocaso del día los supervivientes se retiraron en desbandada, perseguidos por los soldados y campesinos de los pueblos portugueses de la zona.
Entonces surge la leyenda de Brites de Almeida, la panadera de Aljubarrota. Parece ser que nació en Faro, en el seno de una humilde familia. Muy corpulenta, poco agraciada, con seis dedos en cada mano y huérfana desde los 26 años, comenzó una vida errante. La muerte de un pretendiente la obligó a huir a España en un barco que fue abordado por piratas argelinos los cuales la vendieron como esclava a un poderoso señor de Mauritania para terminar, tras muchas aventuras, estableciéndose en Aljubarrota como panadera.
El día de la batalla, Brites, como otros muchos, se lanzó en persecución de los soldados castellanos que huían de la masacre. Al regresar, encontró siete fugitivos escondidos en el horno, a los que mató con su pala de panadero. Después fundó una milicia de mujeres que persiguieron y mataron sin piedad a cuántos soldados encontraron en los días siguientes.
Los historiadores no se ponen de acuerdo en cuanto hay de cierto en la historia de Brites, aunque todos constatan su existencia, su fama y transformación en una heroína legendaria, celebrada en el folclore portugués.
Tras la batalla, el rey Juan I, como agradecimiento a la Virgen por su auxilio, mandó construir el Convento de Santa María de la Victoria, conocido hoy como Monasterio de Batalla, uno de los mejores ejemplos del gótico tardío y cuna del arte manuelino en Portugal.
Las obras se prolongaron durante dos siglos. Su primer arquitecto, Afonso Domingues diseñó en un deslumbrante gótico, buena parte de la iglesia y el claustro, además de muchas de las dependencias monásticas, siguiendo un modelo similar, en cuanto a organización, al del Monasterio de Alcobaça.
Batalla fue el primer lugar de Portugal donde irrumpió el gótico flamígero. Llegó de la mano de Huguet que se ocupó de la cúpula de la sala capitular, la capilla del fundador, la estructura de las capillas inacabadas, y parte del claustro. También elevó la nave central, responsable de ese efecto de altura sin fin que tenemos al entrar a la iglesia.
Hemos visitado Batalla en dos ocasiones y la sensación de encontrarnos en una edificio que parece prolongarse hasta el cielo, estilizado y limpio en sus muros y columnas, nos ha vuelto a dejar sin aliento.
La técnica de los vitrales en Portugal también tuvo en Batalla su primer ejemplo. Hoy día aun se conservan algunos ejemplares medievales, obra de maestros alemanes y principalmente flamencos. Cualquiera que haya visitado parte del riquísimo patrimonio arquitectónico histórico portugués, se habrá dejado seducir por llamado estilo Manuelino, que desde este monasterio se extendió a todo el país.
El manuelino es fruto de su tiempo, de la euforia que producían las expediciones navales portuguesas por todo el mundo. Aunque el despertar del estilo se produjo durante el reinado de Juan II, fue con su sucesor D. Manuel I cuando el estilo se define y toma su denominación. La piedra se trabaja como si fuera encaje y a los motivos decorativos basados en la naturaleza como granadas, piñas, laurel..., se añaden elementos marinos como conchas, corales, algas o maromas y muchos otros, además de los símbolos heráldicos propios de D. Manuel como la esfera armilar y la cruz de la Orden de Cristo.
Uno de los rincones que más atraen la atención del visitante son las llamadas Capelas Imperfeitas, Capillas Imperfectas, o para hacerles justicia, inacabadas. Es un edificio octogonal con siete capillas y que se encuentra a falta de la gran bóveda central que lo cubra. La predominante decoración manuelina, los pilares que se alzan buscando el cielo, convertido de esa forma en techo de las capillas, nos provoca una sensación extraña, irreal y magnética, de espacio cerrado e infinito a un tiempo.
El Monasterio de Batalla nos invita a recorrerlo atentos a sus múltiples espacios y a sus contrastes. El exterior, con un aspecto de fortaleza, salpicado por la decoración de sus portadas y ventanas. La iglesia, limpia, silenciosa, altísima... El interior del monasterio, con el Claustro Real, la Sala del Capítulo, la Capilla del Fundador, el Refectorio, el Claustro de Alfonso V y las Capillas Imperfectas. Todo un recorrido por la historia del arte del último gótico, a las influencias mudéjares, renacentistas y, especialmente, a esa maravilla que es el manuelino.
Como curiosidad os contaremos que, entre la nutrida nómina de arquitectos que dejaron su impronta en el Monasterio de Batalla, se encuentra el cántabro Juan de Castillo, creador de la tribuna renacentista de 1532. Aunque trabajó en la Catedral de Burgos y fue director de las obras de la Catedral de Sevilla, la mayor y mejor parte de su trabajo la realizó en Portugal. Parece que lo de exportar nuestros mejores talentos es algo que ya viene de lejos... De la importancia de su obra es testimonio el hecho de que sea el único arquitecto del mundo que cuenta entre sus edificios con siete designados como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO. Además de los dos españoles citados (Burgos y Sevilla), el Monasterio de los Jerónimos en Lisboa, la fortaleza de Mazagón en El Jadida (Marruecos), el Monasterio de Batalla, la Real Abadía de Santa María de Alcobaça, y el Convento del Santo Cristo de Tomar, donde trabajo hasta el último día de su vida. Sus méritos le hicieron acreedor de la mayor condecoración portuguesa, caballero de la Orden de Cristo.
Si los orígenes del Monasterio de Batalla fueron convulsos, no lo fue menos su historia. La construcción se vio afectada por la falta de recursos económicos en una Portugal inmersa en conflictos bélicos y centrada en su expansión por ultramar, hasta que Manuel I, obsesionado en la construcción de los Jerónimos, cortó la financiación casi completamente. El terremoto de 1755 causó daños, aunque nada fueron en comparación con el saqueo realizado por las tropas napoleónicas en 1810 y 1811. Tras la desamortización, en 1834, el lugar fue abandonado y cayó en la ruina hasta que seis años después, el rey Fernando II decidió su recuperación. En el camino hacia su aspecto actual, el monasterio perdió claustros y su simbología religiosa incluyendo su denominación original, quedando como un monumento a la mayor gloria de la dinastía Avis.
Una panadera de armas tomar, sin duda, aunque siete me parecen demasiados. El monasterio es una preciosidad, como atestiguan vuestras fotos. Portugal es un país que no conozco bien, quizás por haberlo tenido tan cerca, pero espero ponerle remedio algún día, porque guarda muchos tesoros y bien merece una visita pausada.
ResponderEliminarjajaja Tawaki ya sabes lo que son las leyendas y la fuerza de determinados números. Portugal es una caja de sorpresas, a nosotros nos ha enganchado en varias ocasiones, y volveremos... sería genial coincidir y conocernos ¿verdad?
EliminarUn abrazo ;-)
Como siempre, esta entrada me ha recordado mi visita a este monasterio. Me gusto mucho, sobre todo el claustro y las capillas inacabadas. Con todos los datos que aportais de este monasterio, se puede realizar una visita más completa al mismo.
ResponderEliminarGracias.
Gracias por comentar, MertxeGL, genial traerte buenos recuerdos, al fin y al cabo también buscamos eso al publicar, que recordéis esos momentos. ;)
Eliminar¡Abrazos!
Es impresionante el monasterio de Batalla, una sola visita siempre sabrá a poco, y la segunda dará ganas de volver. Nos gustó muchísimo, y nos alegra enormemente que le hayáis dedicado este post. Un cordial abrazo.
ResponderEliminar¡Bien! los tiramillas en vuestra próxima visita acordaros de la panadera, jejeje ;-)
EliminarDe la triada de patrimonio que hay por esta zona me quedo con Tomar, pero este monasterio me gustó por su eclecticismo: esos toques manuelinos le sientan de lujo. Como curiosidad, las capillas inacabadas se quedaron así porque Manuel fijó su atención en su gran obra, el monasterio de los jerónimos, donde destinó su dinero...
ResponderEliminarViaje al Patrominio, Tomar es un espectáculo, tanto por su arquitectura, como por el simbolismo y la historia que habita detrás de sus muros. Batalha nos dejó muy buenas sensaciones por esa mezcla que le aporta el manuelino al gótico tardío general del monasterio. Y como, al igual que tu, indicamos, fue la falta de recursos económicos en favor de los Jerónimos, la que nos ha dejado la que probablemente sea la seña de identidad del lugar, las Capelas Imperfectas... :)
Eliminar¡Saludos!