Oculta entre las brumas que, con frecuencia, llenan de misterio los bosques que bordean el monte Dhëmbel, muy cerca de Përmet, la ciudad de las rosas, nos encontramos con Leusa (Leusë), Albania. Es una remota aldea de menos de 100 habitantes, cuyos orígenes no están plenamente definidos, aunque su rastro aparece en registros fiscales otomanos a principios del siglo XV. No ocurre lo mismo con la joya de Leusa, la Iglesia de Santa María, cuya fecha de construcción está bien identificada; data del siglo XVIII, aunque se levanta sobre otra edificación más antigua, del siglo VI. La fundación del pueblo asociada al culto mariano, se refleja incluso en el nombre elegido, Leusa, que deriva de la palabra griega Eleusa, Misericordiosa, una advocación profundamente asociada a la Virgen María en la tradición ortodoxa oriental.
La visita a la iglesia de Santa María es un privilegio, porque además de la recompensa artística que proporciona, es un lugar aun no invadido por el turismo de masas. Nosotros la visitamos hace algún tiempo, pero no ha cambiado el hecho de que hoy en día, las guías de viaje en español que hemos consultado, salvo una que le dedica un par de líneas, continuan sin mencionarla, incluida la auto proclamada guía más vendida de Albania… Sin duda, el accidentado acceso al pueblo ayuda a mantenerlo a salvo de multitudes.
Encontrar y disfrutar estos rincones escondidos va camino de ser un imposible. El turismo avanza de forma imparable en Albania, que en 2024 fue el primer país del mundo en cuanto al aumento del número de turistas, según datos de la OMT. En 2024 el número de visitantes que cruzaron sus fronteras fue de casi 12 millones, para un país que cuenta con menos de 2’5 millones de habitantes. Si en España hay zonas pidiendo a gritos reducir la presión turística, en 2025 parece que llegarán a 100 los millones de turistas que visitarán nuestro país, imaginad lo que sería con más de 200 millones, el equivalente de lo que ha ocurrido en Albania, el País de las Águilas, el año pasado.
Retomemos el hilo de nuestra excursión. Llegar caminando a Leusa desde Përmet es una experiencia en sí misma, una travesía que añade un matiz de logro al descubrimiento. El camino puede hacerse en taxi, aunque le quita encanto al viaje. Dependiendo del ritmo, el esforzado paseo puede llevar entre media o una hora, subiendo por una entretenida pista de tierra, llena de agujeros y rocas sueltas. Lo mejor es tomarse con calma la tarea y disfrutar con las vistas, espectaculares, del valle del río Vjosa y las montañas que lo rodean. Nosotros realizamos la caminata por la tarde y fue un acierto porque en varios tramos del camino disfrutamos de una reparadora sombra; a pleno sol nos hubiera costado bastante más. Aún así, no nos cruzamos con un alma en todo el trayecto.
En un momento dado, descubrimos la iglesia, que parecía querer ocultarse entre el bosque y la bruma. Al entrar en las calles de Leusa, empinadas, estrechas, sin asfaltar y a menudo sin salida porque terminan en una casa, nos acompaña una sensación de quietud, un silencio solo interrumpido por el viento y el canto de los pájaros. ¿De verdad está habitado este pueblo? Parecía improbable, pero, afortunadamente, nos encontramos con un vecino, que nos acompañó a la puerta donde había que llamar para que nos mostraran la iglesia. Actualmente, la famosa puerta azul.
Al llegar junto a la Iglesia de Santa María, nos encontramos con un pequeño edificio de piedra de dos plantas, tejado de pizarra y un pórtico (una construcción posterior a la de la iglesia), que recorre el lateral que mira al valle y al que se abre mediante una hilera de arcos; la imagen que ya habíamos contemplado desde la senda que da acceso al pueblo. El interior del pórtico está decorado con pinturas de escenas que representan santos y, probablemente, reyes. El olor a bosque, la humedad, lo impregnan todo. El mal estado de conservación de las pinturas, debido a las inclemencias del tiempo, la falta de mantenimiento y, sí, también aquí, de manera muy acusada además, el vandalismo, nos hacía temer lo peor antes de cruzar la puerta de acceso a la nave de la iglesia.
La iglesia se comenzó a construir a finales del siglo XVIII y, como ya habíamos adelantado, reposa sobre los restos de una edificación anterior, del siglo VI, en época del emperador bizantino Justiniano I. Probablemente este hecho es el origen de algunas versiones que circulan por la web afirmando que las pinturas son de época bizantina; en realidad, los trabajos se realizaron con posterioridad a la construcción de la iglesia, a comienzos del siglo XIX.
Lo cierto es que no nos importó, igual que no le importará al que atraviese la puerta de Santa María de Leusa. La iglesia es una verdadera joya, que necesita ser restaurada, y su visita, en nuestra opinión, debería estar mucho más regulada.
La planta de Santa María de Leusa se compone de tres naves, y todas están cubiertas por diversas cúpulas y bóvedas. El interior de la iglesia se encuentra completamente cubierto por pinturas que nos muestran escenas bíblicas, de la Virgen, Cristo, los Apóstoles y de las vidas y martirios de los santos. Se disponen sobre paredes, techos, arcos…, en un despliegue artístico lleno de color que dificulta centrar la mirada; es fácil sentirse un poco abrumado, a lo que ayuda el calor del verano y el olor a humedad e incienso. A pesar de ello, o tal vez gracias a ese ambiente especial, el tiempo vuela en el interior de Santa María; a cada paso nos paramos a contemplar un detalle que nos había pasado inadvertido solo un metro más atrás. Nos giramos sobre nosotros mismos y tenemos nuevos descubrimientos, nuevas perspectivas.
La iconografía de inspiración bizantina contribuye a la sensación de encontrarnos en un lugar muy antiguo, a pesar de que sabemos que no es así. El interior también puede observarse desde el segundo piso, otro aspecto interesante de este pequeño templo, aunque la vista se cierra en parte, al menos cuando nosotros la visitamos, con una celosía, lo que añade misterio a la visita, confiriéndole algo de clandestino.
En el fondo de la nave, separando ésta del santuario, se encuentra un precioso iconostasio, tallado en madera de nogal, fechado en 1817. Las pinturas de Santa María se conservan con dificultad, algunas se muestran aún vívidas, con los rojos y azules que atraen la mirada; en otras, las señales del paso del tiempo y, sobre todo, de las malas condiciones derivadas de la humedad y las filtraciones de agua, son evidentes. Sería irónico que este tesoro artístico, que sobrevivió a la devastación que la aldea sufrió durante la II Guerra Mundial y a un férreo régimen comunista, además de algún incendio y saqueo, desapareciera en un momento en el que debería tener asegurada su conservación.
Un apunte extra: si en vuestro viaje por Albania incluís el Lago de Ohrid, os animamos a cruzar la frontera y visitar, en Macedonia del Norte la ciudad de Ohird y el Santuario de Sveti Naum, muy cercano. Ohird tiene un patrimonio cultural e histórico excepcionales, sin olvidar su rica gastronomía. Uno de los numerosos puntos de interés de esta pequeña localidad es la Iglesia de Santa Sofía, que es uno de los mayores complejos de pinturas al fresco de los siglos XI, XIII y XIV.
Leer: "Ohrid, la Jerusalén de los Balcanes". La experiencia inmersiva que tenemos en Leusa, gracias a su pequeño tamaño y la profusión de pinturas, compite con este gran templo que ya tenía su aspecto actual en la primera mitad del siglo XI.
No podíamos terminar sin hacer una referencia a la pequeña ciudad que nos sirve de base para explorar la región del magnífico parque nacional Parku Kombëtar Bredhi i Hotovës: Përmet, conocida también con el evocador apodo de ciudad de las rosas. Encontrarse en el centro de una zona montañosa y abrupta, con la tercera altura del país, el pico Maja e Papingut, de casi 2500 metros de altura, en el macizo de Nëmërçka, rodeada de grandes bosques y surcada por múltiples ríos, como el Vjosa, uno de los ríos más salvajes y vírgenes de Europa, han convertido a Përmet en un punto de referencia para el turismo de naturaleza.
Aunque no hemos conseguido encontrar ninguna fuente fiable que lo corrobore, se dice que la ciudad toma su nombre de Premt, gobernante durante la Edad Media de la fortaleza que se alzaba sobre la gran roca que domina la villa. Ante la inminente derrota frente las tropas enemigas que asediaban la ciudad, prefirió arrojarse desde las murallas a caer prisionero. Puede que sea así como ocurrieron las cosas, o que, conocedoras de lo mucho que gustan las leyendas y lo héroes trágicos, sea sólo una invención para que la recordemos. En cualquier caso, Përmet es un buen campo base para nuestras visitas en la zona.
Pasear por las calles de Përmet es un ejercicio interesante no por sus monumentos precisamente, sino porque es una ciudad poco visitada, aunque esto es algo que puede cambiar rápidamente, y sus habitantes hacen su vida ajenos al ir y venir de los turistas que deambulamos por las calles o nos dejamos ver, agotados, en las terrazas. Curioso resulta también constatar la impronta del urbanismo de estilo soviético, sobrio, pesado, que se impuso durante las décadas en las que Albania fue uno de los países más herméticos del mundo.
Un elemento natural, la gran roca conocida como Piedra de la Ciudad, es el lugar más destacado de esta pequeña urbe y no es de extrañar porque Përmet fue casi totalmente destruida durante la II Guerra Mundial por los bombardeos de las tropas italo-alemanas. Aquí también los partisanos de Hoxha y Shehu consiguieron una gran victoria en 1943, lo que le valió a Përmet ser elegida como la sede del primer gobierno independiente de Albania.
Muy cerca de Përmet se encuentra otro de los lugares de visita obligada en un viaje por el sur profundo de Albania; es el puente otomano de Bënjë, construido en piedra durante el siglo XVIII, con una longitud de 30 metros y sus 7 metros de altura. Está catalogado como monumento cultural.
El atractivo de este puente también reside en que se encuentra rodeado por los baños termales de Bënjë, Ujërat Termale të Bënjës, que se utilizan desde la antigüedad. Son aguas sulfurosas, que brotan a una temperatura de entre 22 y 28 grados, así que no os extrañéis por el olor peculiar de alguna de ellas. Los baños naturales son seis, cada uno con propiedades, al parecer, diferentes; desde tratamiento para la piel, a problemas renales o estomacales. En nuestro caso, tras un verano muy seco, había poca agua, tanto en los baños como en el río, aunque fue suficiente para que pudiéramos probar sus bondades.
Un punto negativo es que, a pesar de que Përmet trabaja por convertirse en una ciudad más verde y limpia, la basura, en buena parte debida a los turistas que no se comportan aquí igual que en sus países, unido a un mantenimiento deficiente, es visible tanto en el parking del puente como en los alrededores de los diversos baños termales.
Desde el puente otomano se accede al cañón de Langarica, Kanioni i Langaricës, que es uno de los más espectaculares de Albania; sus paredes relucen al sol y en los puntos más estrechos pueden alcanzar una altura de 150 metros. Se podía caminar por el cauce del río, aunque en algunas zonas había algunos palmos de agua que, a priori, no presentaban dificultad. Sin embargo, nos encontramos con un fondo fangoso que nos dejaba clavados y sin posibilidad de seguir adelante. Por otra parte, hay que recordar que en ocasiones y, sin avisar, la presa que se encuentra unos diez kilómetros más arriba abre sus compuertas, con el peligro que supone una repentina avenida.
Hasta aquí esta incursión por uno de los lugares más remotos del sur de Albania, la aldea de Leusa y su magnífica iglesia repleta de pinturas murales e iconos y Përmet, con sus baños termales y su puente otomano. Esta zona montañosa y verde de el país de las águilas es un magnífico contraste y complementa las, cada vez más conocidas, playas de la Riviera Albanesa. El final del verano y el otoño pueden ser un buen momento para disfrutar de estos espectaculares parajes.
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