¿Excursiones de sol y playa en Oslo, Noruega? Sin duda alguna. El verano nórdico ya no es lo que era, en buena parte debido al cambio climático. El hecho es que en todos nuestros viajes al país, tanto en verano como en invierno, y ya son siete, el astro sol nos acompaña.
A nuestro paso, en nuestras excursiones por los alrededores de Oslo, es difícil llevar la cuenta de barcos, Teslas, islas, fiordos, cascadas, glaciares, puertos deportivos, playas. Noruega no sólo está equipada para el invierno, por todas partes encontramos trampolines y plataformas para disfrutar del baño, como en Åsgårdstrand, en Ingierstrand, o en Drøbak, que además tiene un animado casco histórico; y que decir ante los cientos de autocaravanas reunidas juntas como para un concierto multitudinario en las inmediaciones de Gol.
Aguas cristalinas nos tientan ¡esta vez a 23 grados!, nos costaba menos entrar al agua que en nuestro Cantábrico. Árboles, pinos supervitaminados, lagos y más lagos en Jevnaker, que admiramos desde lo alto en sus almenas, agua por todas partes, y mucho, mucho espacio abierto para cada visitante.
Tierras mullidas bajo nuestras botas, algodón de las turberas, bayas, multe (las que Amundsen se llevó en sus viajes polares), arándanos, musgo, líquenes, humedad, toda esa agua acumulada en invierno que aflora ahora a nuestro paso.
Montañas, cordilleras, colinas que apenas superan los 1200 metros en la inmensa planicie del Parque Nacional Hardangervidda, a la que nos asomamos desde Tuva, cercano a Geilo, con caminos poco definidos, puentes de madera, ríos caudalosos, pequeñas ascensiones y promontorios donde encontramos pistas de otros senderistas.
Imágenes idílicas de lugares que en invierno y con el frío resultan más inhóspitos, más difíciles de conquistar. Cuesta, con este sol, esta luz y una temperatura que a menudo supera con creces los 25 grados pensar en el hielo, la nieve, la oscuridad que vendrá en pocos meses. Sentirnos por momentos como en "Doctor en Alaska" al ver el hidroavión junto a la terraza de Fornebu, el antiguo aeropuerto de Oslo, reconvertido en local de restauración en el que la hora del aperitivo y la cena se confunden bajo este sol, un atardecer extendido.
Es un verano de helados: deliciosos Softis, de contundente nata noruega, de la marca Diplom-Is cuyo logo está a punto de desaparecer, en tiempos de corrección política un aniñado dibujo de una inuit parece inapropiado; o cucuruchos de Paradis, nuestros favoritos en Oslo. El carrito de los helados recorre con su música los barrios de la capital igual que en febrero o marzo.
Verano de mules y frites, las terrazas parecen belgas. También de bacalao y salmón, de pollo asado para un picnic con manta de cuadros entre los pinos; tardes de hamacas, botes y remos en Nøklevann, baños plácidos sin apenas movimiento del agua.
Pequeñas y numerosas playas, protegidas, redondeadas, nos esperan a pocos kilómetros de Oslo, como Hvervenbukta, al lado de nuestra casa. Pequeña y coqueta, con un sendero que recorre la costa y vuelve por el interior y un café, Anne på landet, donde desayunar o comer, mirando al mar. Espacios que despiertan nuestra imaginación a menos de dos horas, como el Fin del Mundo: Verdens Ende, con rocas bañadas por el sol rojizo y numerosas pozas para el baño. Verano para disfrutar de las Lofoten del sur, las islas Hvaler y sus árboles retorcidos por el viento, forman parte del Ytre Hvaler Najsonalpark. Las islas, además, atesoran uno de los arrecifes de coral de agua fría más grandes del mundo y forman el primer parque nacional marino de Noruega.
Son muchos los pueblos cercanos que nos invitan a pasear plácidamente por la historia del país, fortines y trincheras, tanto de la Segunda Guerra Mundial en las Islas Hvaler, como medievales en el bello y bien cuidado Fredrikstad, cuyo casco antiguo con foso en forma de estrella, sus cañones y casas de madera nos conquistan de inmediato.
También nos acercarnos hasta el polvorín de Minnehallen que nos recuerda a la pirámide del billete del dólar y de paso disfrutamos de las playas en Fredriksvern, que fue una importante base naval reconvertida ahora en espacio de tiendas y ocio; vagabundeamos por Fetsund Lenser, para conocer todos los secretos de la industria maderera noruega y caminar sobre las aguas, en pasarelas móviles; junto al museo, un agradable café donde los lugareños se traen los termos y el picoteo.
Una y otra vez nos atrae revisitar Oslo y sus nuevas avenidas y construcciones. El nuevo Museo Munch, que tiene desconcertados a muchos residentes, se levanta como una muralla frente al barrio de Sørenga y hace que el elegante edificio de la Opera y la luminosa y completa nueva Biblioteca, pierdan protagonismo en el puerto. Tantos barrios nuevos superpuestos, pantalanes de madera, piscinas, playas, eclipsan el interesante proyecto arquitectónico del Código de Barras, que ha visto como su horizonte que antes era el mar, ahora se ha convertido en un muro de ladrillo y cristal.
Nos queda el buen sabor de boca de la nueva Biblioteca, Deichmanske bibliotek un luminoso espacio multiusos que recoge peticiones de los oslovitas: se puede grabar un disco, aprender a coser a máquina, usar las impresoras 3D, arreglar un aparato estropeado…, los libros conviven con muchos materiales audiovisuales y todo tipo de salas, sofás, auditorios para echar el día. La terraza de la cafetería se asoma al edificio de la Ópera y, como el resto de espacios exteriores, está al completo.
La, hasta hace pocos años austera capital noruega, parece Shanghai, añadiendo edificios a la velocidad de la luz. Saunas flotantes, food trucks, el gentío en Aker Brigge, y las esculturas del mexicano Jorge Marín, con humanos con alas y pico nos recuerdan vagamente al médico de la peste en Venecia, ¿o es el efecto de la aglomeración inesperada? Con tanto público nos extraña que todas las inauguraciones de los nuevos museos aparentemente terminados se retrasen hasta 2022.
Todo el mundo parece estar a la vez en la calle, ocultando a nuestro paso señales conocidas: el reloj del puerto, el café que desaparece para unirse a las instalaciones del nuevo Museo Nacional. A la vez que surgen nuevos negocios, de promoción del salmón, barcos-café… y, a nuestro paso, cientos de patinetes abandonados de cualquier forma por las calles, incluso las más alejadas del centro. ¿Nadie se ha planteado exigir a las compañías de alquiler que se ajusten a lugares concretos de aparcamiento? Incluso en las paradas del tranvía los patinetes tirados estorban a los viajeros que suben y bajan.
Noruega ha invertido en arquitectura al aire libre, sus miradores panorámicos compiten con las bellezas naturales en los recorridos por los fiordos, como el nuevo puente en tijera que se asoma a la Cascada de Vøringfossen, la más alta de Noruega, de camino a Eidfjord. Esculturas de artistas contemporáneos nos esperan en Kistefos. Anis Kapoor y Oliafur Eliason, entre otros, nos deleitan en este parque que convive con la colección histórica de Kistefos, que consta de edificios, máquinas, instalaciones y objetos industriales relacionados con las personas que trabajaron en la planta de celulosa A / S Kistefos Træsliberi. También se pueden visitar la casa del horno, la del capataz, la estación de bomberos o el taller de carpintería. El puente o twist es un moderno espacio expositivo y su principal reclamo, pero para nosotros esta visita será en nuestra memoria la del donuts...
Como en otras ocasiones destinamos tiempo a admirar la arquitectura tradicional, visible en las stavkirke, las bellas iglesias de madera como la imponente construcción de Heddal en Telemark. La pequeña Borre Kirke y su magnífica visita guiada son el aperitivo para recorrer el cercano museo y asentamiento vikingo de Midgard, con sus túmulos funerarios, su acogedor parque y la cercana salida al mar, una playa perfecta para disfrutar del bocadillo e imaginar, como ellos, nuevas conquistas.
Todo es cambiante, sinuoso a nuestro paso, los lagos, los recorridos con miles de vueltas, curvas, túneles, desorientan al más experimentado. Las limitaciones de velocidad transforman, de verdad, cualquier excursión en auténtico slow travel. Parecía que estábamos en busca de localizaciones para alguna producción audiovisual, y nuestros objetivos se adaptaban a la marcha, sin prisas; salir hacia el Delta, Nordre Øyeren, para ver pájaros, se convertía en una aventura, a la que también se unió un castor curioso.
Los trolls, las incontables piedras parecen a punto de cobrar vida, señalan, apuntan, obligan a mirar, a fijarse, a saltar y cambiar el paso, a buscar referencias a lo lejos, ese glaciar al que parece que no llegamos nunca. Caminar por los alrededores de Syssenvannet o Hardangerjøkulen da para varios recorridos. La planicie de casi 3.500 km² de Hardangervidda se recorta a la luz de la luna, cuando el sol aún no quiere ponerse, en un recorrido de cuento desde la fjellstua de Tuva a 1200 metros hasta nuestra cabaña tradicional, cercana a Geilo, una casa que hubieran podido ser la de Hansel y Gretel con sus puertas decoradas y su madera clara en las paredes, casi una sauna gigante.
Por todas partes vemos construcciones con varias hytta, cabañas, muchas con el característico techo forrado de hierba y servicios anexos de reuniones, barbacoa, hornos… La nuestra estaba rodeada de cercados con caballos que relinchan durante la noche invitados a una fiesta ancestral que invade nuestros sueños.
Ardillas, ovejas, gansos canadienses, vacas, caballos, chorlitos, perdices, charranes árticos, abejorros, pesadas avispas y voraces mosquitos, son nuestros compañeros de viaje en este reino que no quiere mostrarnos a los renos, los alces, los gigantes. Parece decirnos que nosotros somos los enanos, los llamados a cavar en las profundidades, y así nos parecerá al dejar estas tierras soleadas, al volver a casa y añorar estos inmensos y vastos espacios abiertos que amamos con nieve y sol, hielo y auroras boreales y que en esta ocasión hemos disfrutado como los niños de "Verano Azul".
Una escapada estival extrañamente benévola en estas tierras; el cambio climático es esto: 30 grados en Noruega, y los vikingos, tatuados y fornidos saltando al agua tan alegres como si fuera la fiesta de Odin. Todo este festín veraniego no hubiera sido posible sin la experiencia acumulada de Mónika y Álvaro que tras año y medio recluidos nos esperaban ansiosos con un repertorio abierto de recetas y excursiones. Cada una de ellas merecedora de una entrada, por el momento os dejamos un mapa para combinarlas a vuestro criterio.
Como nos conocen bien, incorporaban visitas a pueblos y casas de ilustres como las de Ibsen en Skien o Munch en Asgardstrand. El broche final ha sido ver, al fin, la Casa de Amundsen en Uranienborg, para volver a soñar con las expediciones polares. Mirar como el explorador noruego hacia el mar y los viajes futuros es la imagen que queremos fijar en nuestro cuaderno de viaje. La elegimos como bitácora, ese conjunto de imanes que se situaba junto al timón, para que, como ella, sea capaz de contrarrestrar el hierro de nuestro navío y el magnetismo terrestre, y nos permita apuntar de nuevo, y pronto, hacia el Norte.
Viajes a Noruega (7). Entradas Relacionadas
Noruega, todas las entradas
Pues yo estuve en agosto y con un chaquetón, hacía frío.
ResponderEliminarPaco Piniella, jajaja ¡Que nos dices! Nosotros siempre hemos tenido buen tiempo, tanto en invierno como en verano. ¡Tienes que repetir! ¡Un abrazo!
Eliminar