En nuestro camino desde Nantes pasamos unas horas, tiempo a todas luces insuficiente, en La Rochelle, "la rebelde", una coqueta villa a orillas del Atlántico, en el Golfo de Bizkaia. A pesar de tener una historia repleta de conflictos con Francia, ser el centro del poder hugonote en un país católico, de su fuerte vinculación al corso y la piratería, o base de submarinos alemanes, la Rochelle no ha sufrido graves daños en su fisonomía, dejándola, en este aspecto, como si el tiempo se hubiera detenido en sus calles.
Nuestro breve paso por La Rochelle, nos ha servido para situar los barrios que forman el núcleo histórico, que ocupa la mayor parte de la ciudad, cada uno con personalidad propia: Quartier du Marché, Quartier du Port/Vieille Ville, Quartier de la Chaîne y Quartier Saint-Nicolas. En todos hay mucho para ver, calles peatonales, y pequeños rincones donde poder imaginar la bulliciosa vida de esta ciudad siglos atrás. Aunque actualmente el turismo ejerce, tal vez, demasiada presión, fuera de plena temporada es un lugar al que tenemos que volver.
Probablemente, la seña de identidad de La Rochelle es el Vieux Port o Puerto Viejo, con sus dos torres de los siglos XIV y XV, sobrevivientes del asedio de 1628 y la posterior destrucción de las murallas. Son la Tour Saint-Nicolas, la más alta, de 42 metros, también albergaba una residencia, y la Tour de la Chaîne, que guardaba la entrada al puerto, desde la que se inspeccionaban los barcos y se recaudaban los impuestos. Más alejada, la Tour de la Lanterne, rematada por una aguja gótica, faro y también prisión, muestra en sus paredes graffitis que los prisioneros grabaron a lo largo de 300 años.
Algo que llama rápidamente la atención en La Rochelle son sus calles con arcadas, vestigio de la importancia del comercio y la necesidad de los comerciantes, que pagaban un tributo por exponer sus mercancías en ellas, de preservar sus bienes de la intemperie. Resulta muy entretenido caminar por el centro histórico, con un buen número de casas de los siglos XV al XVIII, donde se mezclan las fachadas listadas medievales con otras de piedra tallada, y las más sobrias, exteriormente, propiedad de los armadores del siglo XVIII.
Otro lugar de referencia es La Grosse Horloge, la Gran Torre del Reloj, el antiguo pórtico de la muralla que separaba el puerto del casco antiguo. Su conjunto, del siglo XIV, tenía dos entradas, una para las personas y otra para los carruajes, aunque en 1672 se redujo a una sola. Mas tarde, en 1742 las torretas fueron reemplazadas por una cúpula decorada con pilastras, columnas y cupidos que sostienen un globo terráqueo y banderas, lo que compone la vista actual.
Algunos de los lugares más emblemáticos de la Rochelle son la Casa Henri II, construida para Hugues Pontard, que en realidad es una especie de trampantojo arquitectónico simulando una vivienda fabulosa, una obra excepcional en el renacimiento francés.
La Bolsa, sede de la Cámara de Comercio desde 1760 hasta 2002, es un edificio compuesto de dos alas unidas por una galería de columnas que delimitan un patio en el que se puede ver una rosa de los vientos homenaje al tráfico marítimo.
El Palacio de Justicia, del que destaca su fachada corintia, fue levantado sobre el antiguo palacio de justicia de Enrique IV, y se terminó a principios de la Revolución. Las flores de lis se sustituyeron por una inscripción, aun visible: “Templo de Justicia bajo el reinado de la Libertad y de la Igualdad, año II de la República Francesa”.
La Estación de Tren de La Rochelle, construida entre 1920 y 1922 es la última gran estación monumental que edifican los ferrocarriles estatales de Francia. Tras su restauración, destaca la magnífica fachada decorada con conchas, peces y cangrejos. Es uno de los edificios más impresionantes, también por sus dimensiones, de la ciudad.
De los edificios religiosos se pueden destacar la iglesia Saint Sauveur, que ha sufrido muchas calamidades desde su primer incendio en 1418, aunque su interior gótico merece una vista, y la Catedral de St. Louis, símbolo de la victoria católica tras el asedio de 1628. De la iglesia Saint-Barthélemy, donde se elegía al alcalde de la Rochelle, destruída en 1568, se conserva su campanario gótico, del siglo XV.
Al comienzo de este arículo nos hemos referido a la Rochelle como la ciudad más rebelde de Francia, y no es solo una frase. La historia de esta villa es muy peculiar, más aun dentro de un estado tan centralizado como Francia. De la tribu gala de los Santons, primeros habitantes de la región, pasamos a los romanos que desarrollaron la producción de sal y de vino, objeto de un floreciente comercio con el resto del Imperio. Sobre el lugar donde se asienta hoy La Rochelle, se fundó en el siglo X, un pequeño pueblo de pescadores que se convirtió en un puerto importante en el siglo XII, gracias al duque Guillaume X de Aquitania que en 1137 la convirtió en puerto libre y le otorgó el derecho a convertirse en comuna.
Cincuenta años más tarde, se menciona por vez primera el nombre de la Rochelle, cuando en 1199 Eleanor de Aquitania confirma la carta comunal otorgada por su padre y se nombra, un hecho inédito en Francia, un alcalde para la ciudad. La Rochelle prosperó gracias a los numerosos privilegios que obtuvo, que incluían poder acuñar moneda propia, y operar algunos negocios libres de impuestos reales, lo que ya mostraba el carácter independiente propio de la ciudad. Un giro del destino subrayaría ahondaría aun mas la excepcionalidad de La Rochelle. Eleanor de Aquitania se casó en 1152 con Henry de Plantagenet, futuro Enrique II de Inglaterra, lo que dejó bajo dominio inglés la ciudad y su puerto, orientando su economía hacia el tráfico y el comercio marítimo, en especial con Inglaterra, Países Bajos y España.
La Rochelle alternó el dominio inglés con el francés durante un largo período de tiempo, que incluyó la Guerra de los Cien Años, y cuando por fin parecía libre de estos vaivenes, se vio metida de lleno en las Guerras de Religión. El calvinismo empezó a ganar adeptos durante el Renacimiento, y así continuó durante el siglo XVI, en parte por un cambio en las ideas religiosas pero también por un cierto deseo de independencia política.
La causa hugonote necesitaba financiación propia, y encontraron en el corso la solución a sus problemas. Los principales armadores hugonotes de Francia vivían en Dieppe y La Rochelle, ciudades que proporcionaron un aporte constante de corsarios y transformaron la costa francesa entre Calais y España en territorio pirata. El principal centro de reagrupamiento corsario era La Rochelle, donde se descargaba y negociaba el botín capturado que incluía tanto buques como mercancías.
La Rochelle también fue base para los corsarios holandeses, al servicio del príncipe de Orange, que apoyaba plenamente a los hugonotes en sus ataques, ya que así privaban a Felipe II y al Duque de Alba del dinero necesario para financiar sus campañas en los Países Bajos.
Sin embargo, las diferencias religiosas supondrían el principio del fin para la independencia de La Rochelle. La Masacre de Vassy, de 1563, provocó la reacción de los protestantes de La Rochelle y el asesinato de 13 sacerdotes católicos, transformando de facto la ciudad en un estado dentro del estado, y creando una fuente de conflicto para la monarquía católica. Tras la Matanza del Día de San Bartolomé en París, 1572, la ejecución masiva de hugonotes se trasladó a otras ciudades de Francia. La Rochelle fue asediada y finalmente el culto protestante quedo reducido por ley a Montauban, Nimes y La Rochelle.
Tras unos años de relativa tranquilidad, el conflicto se reactivó y aunque los hugonotes consiguieron que Luis XIII confirmara el Edicto de Nantes, tanto el monarca como el Cardenal Richelieu convirtieron la solución definitiva del asunto en la prioridad del reino. A pesar del apoyo inglés, la Rochelle se rinde al asedio en 1628, y obtiene la gracia real a cambio de la supresión del alcalde y la pérdida de todos los privilegios de la villa. Finalmente, en 1685 se revocó el Edicto de Nantes, lo que produjo la emigración de muchos hugonotes hacia el Nuevo Mundo.
El período posterior fue próspero, marcado por el comercio de materias primas con América y de esclavos con África, lo que se tradujo en logros artísticos, culturales y arquitectónicos para la ciudad, aunque su importancia se fue reduciendo paulatinamente, debido a la pérdida de poder y posesiones experimentada por Francia, los continuos conflictos con Inglaterra y el Decreto de Emancipación Universal promulgado por la Asamblea Nacional en 1794, que teminó con la esclavitud.
La Rochelle languideció hasta la creación del puerto de aguas profundas, La Pallice, en 1890 que dinamiza el gran comercio marítimo, convirtiendo a la ciudad en un lugar ideal para los submarinos alemanes durante la II Guerra Mundial, tanto que La Rochelle fue la útlima ciudad francesa en ser liberada. A pesar de ello, como hemos mencionado, el caso histórico apenas sufrió daños durante el conflicto, lo que ha permitido que pasear por sus calles nos traslade, sin dificultad, a otra época.
No tiene desperdicio la explicación de este post. Genial, pero que tiempos mas convulsos, seria muy interesante hacer un viaje y pasear por esos lugares llenos de historia.
ResponderEliminarLa verdad es que para ser una ciudad relativamente pequeña, Tiramillas, tiene mucho para ver, y sus calles resultan acogedoras, además de toda la historia que aun emana de ellas...
EliminarNo fue territorio reclamado por el reino de Aragón en tiempos del Rey Juan al reino de Francia, y devuelto en tiempos de Fernando II de Aragón y Castilla?
ResponderEliminarGracias por tu comentario. La verdad es que no encontramos ninguna referencia a ese hecho. La relación más directa que aparece es la victoria de la armada española en 1372, aliada con Francia, en la Batalla de la Rochelle frente a los ingleses, enclavada en el contexto de la Guerra de los Cien Años.
Eliminar¡Saludos!
¡Qué bella que es la Francia interna!
ResponderEliminarFrancia tiene rincones fantásticos, claro que si. Bubu ¡Un saludo!
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