Las nieblas que cubren el fondo de los valles se disipan poco a poco, todavía hace frío, algo menos de 8 grados, y la naturaleza parece aun dormida. Es el momento de calzarse las botas y descubrir el Parque Natural de Izki a través de dos sencillas rutas que nos muestran el otoño más colorido de la Montaña Alavesa. Los primeros rayos del sol destacan los colores rojos, naranjas, amarillos y púrpuras de un bosque que ocupa la mayor parte del parque. Es en esta época, otoño, cuando hayas, castaños, arces, abedules, álamos y robles transforman el paisaje convirtiéndolo en un mosaico de color.
El río Izki y su cañón son la seña de identidad de este parque natural, el cuarto más grande de Euskadi. Situado al sudeste de Álava, es uno de los más desconocidos y acoge una gran diversidad natural. Un tipo de roble Quercus pyrenaica es la especie más abundante, formando el mayor bosque de Europa de esta especie y uno de los mejor conservados del mundo. Descubrir los tesoros de Izki es sencillo, gracias a la red de 15 senderos que lo recorren por completo. La fauna, la flora, los paisajes, incluso las tradiciones y cultura de sus habitantes son accesibles desde alguna de estas rutas.
Nuestra llegada al Parque Natural de Izki, desde Bilbao, la realizamos a través del Puerto de Azazeta. La carretera nos trasladó casi de inmediato hasta aquellas que recorrimos, también en otoño, en el estado norteamericano de Vermont y en las Montañas Adirondack (Estado de Nueva York). El tramo de la A-132 entre Eguileta y Azaceta, de apenas 6 km de longitud, comienza con una subida al más puro estilo estadounidense. Dos carrilles de subida, excelentemente asfaltados, que nos van introduciendo en un bosque cada vez más denso y frondoso. La carretera se convierte ya en una vía de montaña, más estrecha y sinuosa en medio de un espectáculo de luz y color que nos obliga a ir despacio, incluso a pararnos. Merece la pena prolongar este camino que puede hacerse en solo seis minutos.
Continuamos viaje hasta llegar a Korres, una pequeña villa que en su día fue objeto de disputa entre los reyes de Castilla y de Navarra, Alfonso VIII y Sancho el Sabio. Allí se encuentra el Centro de Interpretación del Parque Natural de Izki. Es el lugar donde podéis conseguir muy buena información y consejos sobre, en función de lo que estéis buscando, qué ruta elegir. También os pueden proporcionar mapas de las rutas que atraviesan el parque, con detalles que van más allá de lo que incluye el propio sitio web del parque.
De los 15 senderos elegimos dos, que además componen un recorrido circular botánico. Son la 14 – Senda El Agin y la 15 – Senda de Antoñana. El trayecto, que parte de un lateral del Centro de Interpretación, tiene una longitud de 6,1 km, con un desnivel de subida de casi 400 metros y está señalizado mediante postes de madera con un punto amarillo, aunque en algunos tramos podemos encontrar el punto sobre el tronco de los árboles. El camino nos va proporcionando unas buenas vistas casi desde el comienzo, que se vuelven magníficas al llegar a lo alto del Collado del Avellanedo. Aquí podéis incrementar en 1 km la ruta subiendo hasta la cima del Soila, pasando por el ojo de Soila, una abertura natural en la aparentemente infranqueable muralla de piedra. Si os sentáis sobre el borde del collado durante un rato casi podréis tocar con la mano a los buitres que lo sobrevuelan, indiferentes a vuestra presencia.
La principal dificultad de esta ruta se encuentra en el descenso desde el Collado del Avellanedo hacia ‘La Dehesa’, ya que, presenta un fuerte desnivel y en algunos tramos aéreos y de rocas gastadas se han instalado cuerdas para hacer más sencillo el descenso, o la ascensión si se decide hacer la ruta al revés. En días de lluvia o con el suelo mojado se agradece seguro esta ayuda, y se echará de menos en algún tramo rocoso un poco más adelante.
En esta parte de la ruta, el camino serpentea entre hayedos, tilos, boj o madroños, entre otros. Es un sendero muy entretenido, ya que, además de los tramos encordados, encontraremos "peldaños" de madera y tierra, rocas resbaladizas, terreras... El sendero se estrecha bastante en algunos puntos, y las rodillas sufren un poco con la pendiente. Pasaremos junto a dos “árboles singulares”, el Tejo de Antoñana y el Tilo de Antoñana. Hay que buscar la escala humana para admirar su tamaño.
Entre encinas primero y después hayas y castaños, llegamos hasta la intersección con la ruta 15 – Senda Antoñana. Deberíamos llevar unos 75 minutos de caminata, pero la realidad es otra. Depende de las fotografías que toméis y de si, como nosotros, decidís comer en lo alto del collado. También hay que tener en cuenta la estación en la que nos encontremos. Durante el otoño, especialmente después del cambio de hora, los días se acortan y entretenerse demasiado supone pagarlo al final, por la falta de luz, lo que habitualmente nos sucede a nosotros. Por supuesto, esta vez no sería una excepción...
En el cruce, podemos seguir la ruta tal y como está diseñada, y girar en dirección de Korres, o bien, continuar por el castañar hasta llegar al pueblo de Antoñana, con lo que nuestra ruta se va incrementar un par de kilómetros, para un total de nueve, si subís al Soila.
En Antoñana además de tomar un café o comer, podéis visitar el pueblo, que acoge el Centro de Interpretación del Camino Natural Vía Verde del Ferrocarril Vasco Navarro. Guardando fuerzas para la vuelta, es posible darse un paseo por la vía verde mas larga de Euskadi, con 90 kilómetros. Las vistas de la Peña del Castillo y especialmente del Collado del Avellanedo son magníficas y la pendiente se siente aun más vertiginosa que desde la propia senda por la que acabamos de descender.
De vuelta a nuestra senda, llegamos de nuevo al cruce con la ruta 14 para iniciar el regreso a Korres. El camino es agradable y sencillo, con poca pendiente, nada que ver con el descenso desde el collado. Pronto llegaremos a un mirador que se abre al barranco del río Izki y a la cumbre denominada ‘La Muela’, característica del perfil de Izki. A la derecha del mirador se alza la Peña ‘El Castillo’, donde se encuentran las ruinas de una antigua fortaleza que protegia una de las entradas al Reino de Navarra en los siglos XI - XII.
A estas alturas del día, la luz cae en un suspiro y nos obliga a caminar rápido si queremos completar la ruta con algo de claridad. La entrada al mirador no está señalizada y la vegetación oculta el pequeño sendero que desciende hasta el desde el camino principal. Una vez traspasada esa especie de puerta de piedra bajo la Peña del Castillo, a nuestra izquierda (recordad que vamos por la Senda Antoñana en dirección Korres), se adivina un sendero. El mirador no se ve fácilmente desde la senda por la que circulamos y es muy fácil dejarlo atrás. Lo decimos por experiencia propia.
No esperamos mucho, un par de días más tarde decidimos volver, nuevamente justos de tiempo, pero ya teníamos claro donde encontrar el desvío. En vez del sol radiante del fin de semana, nos encontramos con muchas nubes que, sin embargo, nos ofrecieron una vista fantástica y unos colores aun más intensos en el paisaje. El Mirador de Izki es, sin duda, un punto en el que detenerse. La vista de La Muela, el cañón del río Izki, las rocas de la Peña del Castillo y los bosques que lo cubren todo es, simplemente, magnífica. No os lo perdáis.
El bosque se hace más tupido y caminamos entre hayas, casi a oscuras a última hora de la tarde. Una vez fuera del bosque, la pista nos lleva sin dificultad hacia Korres, pasando junto a la Iglesia de San Esteban, del siglo XVI, hasta llegar de nuevo al Centro de Interpretación donde comenzamos nuestra ruta hace unas horas.
Caminar por el parque natural de Izki en otoño nos ha mostrado toda una explosión de color, las terreras de piedras blancas, que nos encontramos a ratos, parecen un lienzo en el que las hojas iluminan el camino a su antojo, como si los árboles se hubieran puesto de acuerdo para mostrar todas las gamas de amarillos y ocres, tímidos rojos, compiten por nuestra atención, el tamaño y la forma de las hojas juegan a engañarnos y nos dejamos llevar.
Disfrutamos de forma especial con estos recorridos que serpentean entre bosques y ascensiones para premiarnos con grandes panorámicas. La señalización y los tiempos marcados en los postes de madera nos ayudan a decidir cuando y por donde iniciar la vuelta. Ruta circular, lo tenemos claro, apuramos hasta el atardecer, somos “cierra montes”. Caminamos sobre hojarasca rojiza que dibuja nuevas sendas para nosotros, la próxima visita la luz será distinta, todos esperamos la lluvia, que avive los verdes, que reanime los helechos. ¿Cuándo volvemos?
Un gran trabajo de vida para la posteridad. Gracias a gente como ustedes, los sueños se multiplican, renacen o se inician, maravilloso. 💕
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