La muy noble, muy leal y muy antigua ciudad de Toro se alza sobre una gran elevación del terreno a orillas del Duero, en la provincia de Zamora. Es una ciudad histórica y monumental, con un patrimonio que siempre sorprende a quienes llegamos hasta sus puertas. En nuestra última visita, nos hemos centrado en cinco joyas del arte: la Colegiata de Santa María la Mayor, San Sebastián de los Caballeros, San Salvador de los Caballeros, el Santo Sepulcro y San Lorenzo el Real.
Todos los edificios, que forman parte del proyecto ‘Toro Sacro’, pueden visitarse de forma individual o conjunta; por un precio de 5 euros tenemos acceso a los cinco edificios, y no deja de sorprendernos escuchar que algunos visitantes expresan su malestar por el precio de la entrada.
Los orígenes de Toro nos trasladan a la época celtibérica, a un asentamiento de los vacceos ya mencionado por el geógrafo griego Ptolomeo, aunque las teorías son diversas, y afectan incluso al propio nombre de la ciudad, que no está, ni mucho menos, claro. El hecho de que apenas se hayan encontrado restos arqueológicos romanos, hispano-visigodos o que apunten a una ocupación árabe, tampoco ayuda.
En lo que, sin duda, coinciden los historiadores, es en la especial relevancia que la ciudad tuvo entre los siglos XII y XVI, cuando fue sede real, también hogar de numerosas casas nobles y lugar de celebración de Cortes, como las de 1505 convocadas por Fernando el Católico, en las que se promulgaron las Leyes de Toro. Su vibrante pasado aún se refleja en su casco histórico, donde podemos seguir la huella de la estructura original de la ciudad y en el que nos encontramos un rico patrimonio artístico, un tesoro, formado tanto por edificios religiosos como civiles.