Rafa ya está en Roma. El mejor tenista en tierra batida de todos los tiempos busca recuperar la corona de laurel en la Ciudad Eterna. Jugará en el Foro Itálico, el complejo deportivo con el que Mussolini quiso dejar su sello como mecenas, creando un espacio que le abriera las puertas de la Historia, tal vez en un intento de emular a los antiguos romanos, los que crearon el verdadero Foro Romano, el Forum Romanum, por el que aun resuenan los pasos de los centuriones...
La vida en la ciudad de las siete colinas tenía su epicentro en el Foro. Allí se encontraban las instituciones de gobierno, se realizaba el culto a los dioses, y la vida social desde el comercio al ocio, en todos sus aspectos, tenía lugar en este espacio, hoy ruinoso, situado entre el Anfiteatro Flavio o Coliseo y una de las más famosas y altas colinas de Roma, la Capitolina, en cuya cima diseñó Miguel Angel la actual Piazza del Campidoglio.
Un camino de poco más de un kilómetro de longitud, la Vía Sacra, conecta sus extremos; mil años de Historia en un recorrido que se puede realizar, sin detenerse, como quien ve una película, en quince minutos. Y no pocos lo hacen así..., algo que nos produce escalofríos. Nosotros preferimos dedicarle el tiempo que merece este lugar, la cuna de la Caput Mundi.
Lo primero que llama nuestra atención en nuestro regreso al Forum Romanum es el vallado del Foro y el consiguiente pago de entrada, que incluye también el Coliseo y el Palatino. Algo que imaginamos inevitable ante una destructiva invasión que ni los mas aguerridos legionarios podrían contener: los turistas.
También pudimos comprobar que han mejorado los paneles informativos, con reconstrucciones de los edificios que ayudan, incluso a los que estamos acostumbrados, a imaginar como fue este espacio en sus mejores momentos. Y ahora, a ponerse las zapatillas, que toca andar. Por cierto, a Maribel más le hubiera valido llevar un buen par de caligae, en lugar de su calzado moderno, acolchado y transpirable que se fue, literalmente, deshaciendo a pedazos por los adoquines de la vía Sacra...
El valle, pues no es otra cosa, del Foro Romano fue ocupado por una necrópolis de la Edad del Hierro (s. X-IX a.C.). Los tarquinios lo sanearon, en especial el primer rey, Tarquinio el Viejo (fallecido en 578 a.C.), que canalizó el rio realizando grandes obras públicas, como la Cloaca Máxima. La última construcción reseñable del Foro Romano, y uno de los puntos de referencia para los visitantes actuales, es la (reciclada) columna dedicada al Emperador Bizantino Focas en el 601. Durante la Edad Medida la población se desplazó hacia el Campo de Marte y el Foro quedó en el recuerdo, convirtiéndose en un pastizal para las vacas, Campo Vaccino.
El regreso del papa Urbano V desde su exilio en Aviñón, hizo volver la vista hacia los monumentos de la Antigüedad, en parte como recuerdo de la moralidad de los padres fundadores y también como cantera para la construcción de nuevos edificios. Lo que no habían logrado ni los terremotos ni las invasiones bárbaras lo consiguieron los propios romanos en poco tiempo: la ruina del Foro. También hubo voces discordantes, como la de Miguel Angel, pero no fueron suficientes. La conciencia del espacio y su recuperación se inició con Carlo Fea en 1083 y mas tarde con los arqueólogos de Napoleón, aunque no sería hasta principios del siglo XX cuando se excavaría totalmente.
La vista del Foro Romano desde la Colina del Palatino sigue siendo una de las más impresionantes visiones de la Antigüedad que tenemos en nuestros días. Ante nuestros ojos vemos el devenir de un Imperio como no ha habido, cercano y a la vez lejano, cuya caída cambió el mundo para siempre; una civilización que nos dejo multitud de avances técnicos que a duras penas hemos mejorado, y un arte que continúa asombrándonos.
Es hora de bajar a la arena, al Coliseo, desde donde recorreremos la Vía Sacra. El anfiteatro más bello del mundo romano, tal y como lo conocemos, fue construido durante el mandato del emperador Vespasiano, primero de la dinastía Flavia, y terminado por su hijo, Tito. Sin embargo, el saber popular, arrinconó su nombre, Anfiteatro Flavio, en favor de otro más mundano: Coliseo, en referencia a una colosal estatua en bronce de 35 metros de altura realizada para gloria de Nerón y que se encontraba situada muy cerca del anfiteatro.
Todo en el Coliseo impresiona; sus dimensiones, 186 metros en su lado más largo; su atura, con 57 metros; su fachada, donde podemos ver los tres órdenes clásicos, dórico, jónico y corintio en sus arcadas; su interior, con el complejo sistema de escaleras, las dependencias para los animales, la arena... Los famosos cien días de inauguración en el año 80, donde lucharon y murieron decenas de gladiadores y se sacrificaron más de cinco mil animales. Aunque despojado de ornamentos y del travertino que lo recubría (mucho del cual luce en palazzos romanos), el Anfiteatro Flavio es uno de los iconos turísticos de Roma y, a pesar de los pequeños inconvenientes que esto representa, solo podemos recomendar su visita.
Aun con el atronador silencio de las 65000 almas que abarrotaban el Coliseo retumbando en nuestros oídos salimos del recinto en dirección al Arco de Constantino, el más grande y mejor conservado de Roma. Conmemora el triunfo de Constantino sobre las tropas de Majencio, en el 312, y se compone de muchos elementos, esculturas y decoraciones reutilizados de otras construcciones de época de Trajano, Adriano y Marco Aurelio. Un reflejo, tal vez, de la pérdida de importancia de Roma en beneficio de Constantinopla, hacia donde se trasladaron los grandes talleres de escultura.
Pasando junto a los restos de la antigua fuente, Meta Sudans, iniciamos el camino por la Vía Sacra, flanqueado a nuestra derecha por una hilera de columnas, los restos del Templo de Venus y Roma, levantado en el año 121 a instancias del emperador Adriano. También fue él quien ordenó, para la construcción del templo, trasladar la estatua de Nerón que ocupaba el atrio de la Domus Aúrea. Las dos divinidades, Venus y la propia Roma tenían sus estatuas en ábsides opuestos. Venus mirando hacia el Coliseo. Roma, como no, hacia el Foro. El templo, de orden corintio, estaba profusamente decorado con grandes columnas de pórfido, pavimento de mármol y artesonados con estuco.
Continuando la hilera de columnas del Templo de Venus y Roma nos encontramos con las paredes rojizas del Antiquitarium del Foro, en el interior del antiguo convento de Santa Francesca Romana. En el se exponen los restos hallados en las 41 tumbas de la Edad del Hierro descubiertas junto al Templo de Antonino y Faustina, además de otros restos encontrados en el Foro.
Al final del templo llegamos al Arco de Tito, hijo de Vespasiano, aunque probablemente fue levantado por orden de otro emperador, Domiciano, hermano de Tito. Es el arco de triunfo más antiguo de Roma. Dos grandes paneles en el interior del arco representan, en el sur, un cortejo a punto de traspasar la Puerta Triunfal transportando trompetas de plata y el candelabro de siete brazos, fruto del expolio del Templo de Jerusalén, tras seis meses de asedio a la ciudad, con el fin de sofocar el levantamiento judío en Palestina. En el lado Norte, Tito en su cuadriga, con la diosa Roma sujetando a los caballos por el bocado mientras la Victoria corona el emperador, seguido de las figuras alegóricas del Senado y el Pueblo romano.
Junto al Arco de Tito, y continuación del Antiquitarium, se alza uno de los campaniles más bonitos de Roma. Edificada en parte sobre el Templo de Venus y Roma, se encuentra la Iglesia de Santa Francesca Romana, del siglo X, consagrada a la fundadora de la congregación de las Oblatas, Francesa Buzzi dei Ponziani. Su campanile románico está decorado con copas de mayólica y discos de pórfido.
Siguiendo por nuestro empedrado camino llegamos a uno de los edificios más grandiosos de la Roma Imperial, la Basílica de Majencio y Constantino. Comenzada por Majencio en 306, fue terminada por Constantino en 312, aunque el diseño original había variado sustancialmente. La nave central, de 35 metros de altura, sobresalía por encima de las dos laterales, cuyas bóvedas descansaban sobre ocho columnas corintias de mármol de 14,5 m de alto. La única que se conservó se encuentra, desde 1613, delante de Santa María Maggiore. El tejado se cubrió con tejas de bronce doradas, que se usaron en el siglo VII para la techumbre de la antigua iglesia de San Pedro. La sala central del lado norte, visible aun, finalizaba en un ábside donde se encontraba el tribunal del emperador. Al sur, la entrada al complejo, precedida de un pórtico con cuatro columnas de pórfido y escalera central. El interior de la basílica se decoró con mármol de todos los colores, tanto en las paredes como en el pavimento. Estuco dorado para los casetones de la bóveda, columnas de pórfido, mármol y decenas de estatuas..., componían un conjunto deslumbrante.
Seguimos recorriendo el mismo camino que hacían los generales victoriosos camino al templo de Júpiter Capitolino y nos detenemos junto al inconfundible, por su forma circular, Templo de Rómulo, dedicado al hijo de Majencio, aunque esta interpretación parece no estar clara según las teorías actuales.
Detrás del Templo de Rómulo, ocupando en realidad parte de este y de la Biblioteca Pacis, se levanta la Iglesia de los Santos Cosme y Damián. Su importancia deriva de los mosaicos de los siglos VI y VII. En el ábside tenemos a los apóstoles Pedro y Pablo presentan a Cristo a los dos santos, mientras a su lado se encuentran San Teodoro y el Papa Félix IV (artífice de la construcción), ofreciendo el modelo de su iglesia. En el arco triunfal aparece el Cordero de Dios entre siete candelabros, cuatro ángeles y los símbolos de los evangelistas, Juan y Lucas.
Frente al Templo de Rómulo, al otro lado de la Vía Sacra, se encuentra la Casa de las Vestales. Herederas de la conservación del fuego sagrado de la ciudad que, antes de la época republicana realizaban las hijas del rey, las vestales, seis sacerdotisas, eran elegidas a los seis años de edad de entre las familias patricias. Debían conservar su virginidad, bajo pena de muerte, durante todo su sacerdocio, que duraba treinta años. También tenían algunas ventajas: escapaban del control paterno, disponían de elevados medios económicos y eran enormemente respetadas. Los restos de las construcciones que se conservan, del siglo II, nos dibujan un patio rectangular con tres estanques en el centro, rodeado por una galería de columnas de dos pisos. A los lados, se levantaban edificios de varias plantas para uso de las sacerdotisas.
Junto a la Casa de las Vestales, el Templo de Vesta, una pequeña construcción circular realizada en mármol y levantada sobre un podio. Estaba rodeado de 20 columnas corintias sobre pedestal. En su interior, en la cella se custodiaba el fuego sagrado de la ciudad. En el Año Nuevo, los romanos llevaban el fuego a sus viviendas purificadas para la ocasión. En el templo también se conservaban objetos que Eneas había salvado de Troya y que debían garantizar la eternidad del reino.
A nuestra derecha, los restos de la Regia, la Casa Real del último rey de Roma, Numa Pompilio y que posteriormente, con Julio César, pasaría a convertirse en la sede del Pontifex Maximus. Levantando nuestra vista, aparece una de las postales más características del Foro: el Templo de Antonino y Faustina, con su fachada con escalera, seis columnas (y dos más en cada lateral) de 17 metros de altura, realizadas en cipolino, un mármol de la isla de Eubea y rematadas en capiteles corintios de mármol blanco. Desde la Edad Media es la Iglesia de San Lorenzo in Miranda. En el arquitrabe, la inscripción no deja lugar a la duda: en el año 141 el emperador Antonino Pio construyó el templo en memoria de su esposa Faustina. El friso con grifos alados separados por candelabros de volutas recuerda el carácter funerario del edificio.
Frente a nosotros tenemos un panel de estrellas, que nos hace detenernos y mirar de izquierda a derecha: la Iglesia de Santa María Antiqua, la Fuente Juturna, el Templo de los Dioscuros, el Templo del Divino Julio y la Basílica Emilia. La Iglesia de Santa María Antiqua, la más antigua del Foro, se construyó en el siglo VI, aprovechando un edificio de la época de Domiciano y sus coloridos frescos, realizados entre los siglos VI y IX son un documento excepcional para conocer las primeras etapas del arte medieval, incluyendo la primera representación de la Virgen María entronizada, como Reina de los Cielos, del siglo VI. De mosaicos paganos a representaciones helenísticas y bizantinas, junto a mezclas y transiciones de estos estilos convierten a esta iglesia, que durante mucho tiempo sirvió solo como acceso a las terrazas superiores del Palatino, en protagonista dentro del Foro Romano.
A los pies del Palatino manaba la fuente más importante de la ciudad, la de la ninfa Juturna, hermana de los Dioscuros, con importantes poderes curativos. Parece lógico que levantando la vista nos encontremos con las tres columnas corintias del Templo de Castor y Pólux, el Templo de los Dioscuros, los dioses que ayudaron a los romanos en su batalla contra los latinos en la batalla del Lacus Regillus, en 499 a.C, otra de las imágenes mas reconocibles del Foro. El templo era la sede del registro de pesos y medidas. Los restos que vemos corresponden a una reconstrucción de la época de Tiberio. Muy próximo se encuentran los restos del Templo del Divino Julio. En su origen una columna recordaba el lugar donde se trasladó e incineró el cuerpo de César tras su asesinato, aunque luego el lugar lo ocupó un templo consagrado a Augusto.
Al fondo, los restos de la Basilia Aemilia. Aunque hoy día apenas queda nada en pie, este edificio cubierto, y dividido en varias naves que servía para acoger durante el invierno todas las funciones del Foro, sería el modelo para las iglesias cristianas, y señalado por Plinio como una de las mayores maravillas de la Antigüedad clásica. Se fundó en el 179 a.C., gracias a dos censores: Marco Emilio Lépido y Marco Fulvio Nobilior, siendo adquirida mas tarde por la familia Aemilii. Originalmente presentaba una fachada monumental con 16 arcos sobre pilastras. Tras el pórtico, las tiendas daban paso a un espacio interior dividido por columnas de mármol en cuatro naves. El edificio prácticamente desapareció durante el Renacimiento debido al saqueo que sufrió en busca de sus preciados mármoles.
Frente al Templo del Divino Julio se abre la Plaza del Foro, donde se encuentra, solitaria, la Columna de Focas. A la derecha de la plaza hallamos la Curia, la sede oficial del Senado de Roma. El edificio del Foro es la Curia Julia, debida a Julio Cesar y construida según las proporciones de Vitruvio y con una excelente acústica, aunque la inauguró Augusto en 29 a.C.
Su aspecto actual se debe a Diocleciano que hubo de remodelarla tras un incendio en el 283. De esta época son, entre otros elementos, el suelo de mármol en opus sectile y las puertas de bronce que desde el siglo XVII cierran el portal central de San Juan de Letrán.
Junto a la Curia, bajo un andamio, está el Lapis Niger, un espacio de fama funesta por estar relacionado con la muerte de Rómulo. Está cubierto por un pavimento de mármol negro, enmarcado en mármol blanco. Las excavaciones han revelado un santuario dedicado a Vulcano del siglo VI a.C. El Lapis Niger es el único resto visible de otra institución republicana: el Comicio. En ese lugar se reunía el pueblo en gradas circulares para escuchar a los magistrados, que se dirigían a ellos desde una tribuna, Rostra, decorada con los mascarones de bronce capturados en la batalla naval de Antium.
A la izquierda de la Plaza del Foro, el espacio de la Basílica Julia, con su conjunto de basamentos y fragmentos de columnas, aunque prácticamente nada queda del edificio reconstruido por Diocleciano, ya que incluso las bases de ladrillos son restauraciones del siglo XIX.
Frente al Comicio, se levanta el Arco de Septimio Severo, edificado en el año 203. Sus casi 21 metros de altura y sus tres vanos hacen destacar su silueta entre las ruinas y está considerado uno de los mas importantes de Italia. Recubierto de mármol, su riquísima decoración está bastante erosionada. En ambos lados del arco se recoge una dedicatoria a Septimio Severo y su hijo Caracalla. En las bases de las columnas se narran las victorias en Oriente, sobre los partos, aunque los relieves más destacables son los situados sobre los arcos menores. En el centro del arco mayor, Marte, rodeado de las Victorias, bajo las que aparecen las cuatro estaciones. Se sabe que estaba coronado por una cuadriga de bronce con los estatuas de los dos emperadores, aunque hoy día no se conserva.
A la izquierda del arco de Severo se alzaba el Templo de Saturno, del que hoy solo quedan ocho columnas jónicas, de granito, parte de la base sobre la que se levantaba y parte de la techumbre que sostenían las columnas. Es el templo romano más antiguo. Fue edificado en los primeros años de la República, 498 a.C., guardaba en su interior el tesoro público y los archivos del Estado, aunque también era sinónimo de jolgorio, ya que, durante los aniversarios de la consagración del templo, 17 de diciembre, se celebraban las saturnales, donde los papeles sociales se invertían, por un tiempo limitado...
Justo detrás del Templo de Saturno, destacan las tres columnas corintias de mármol y un fragmento de arquitrabe, con un relieve que muestra instrumentos de sacrificio del Templo de Vespasiano y Tito.
Llegamos al final del foro, un basamento rematado por una galería de arcos, el Tabularium, el archivo estatal romano que forma parte del Palacio de los Senadores desde la edad Media y que nos impide el paso y la vista de la Colina Capitolina, por lo que debemos rodearlo. Sin embargo, desde el podréis obtener una vista nocturna del Foro Romano, sutilmente iluminado, que no olvidaréis fácilmente.
Llegamos, poco a poco, al final de nuestro viaje, la Colina Capitolina, que a pesar de ser la más pequeña de las siete, era el centro político y religioso de Roma en la Antigüedad, donde tenían sus templos los dioses supremos de la ciudad: Júpiter, Juno y Minerva.
Actualmente, el espacio diseñado por Miguel Angel a petición del papa Paulo III, la Piazza del Campidoglio, está ocupado por el Palazzo dei Conservatori, y el Palazzo Nuovo, que guardan las colecciones de los Musei Capitolini, además del Palazzo Senatorio, sede de Roma Capitale. Este último está edificado sobre los restos del Tabularium, recientemente abierto al público.
Un camino, la Vía Sacra, nos introduce por los recovecos de la historia de la Ciudad Eterna, su origen, su esplendor y su decadencia. Caminar por el Foro Romano es una experiencia que nos permite saber más acerca de nosotros mismos. Una visita imprescindible en Roma.
Teníamos muchas ganas de visitar Roma. La Ciudad Eterna nos fascinó. Fue muy emocionante contemplar tantos años de historia y sabiduría.
ResponderEliminarSi se tiene la suerte de contar con unos guías tan excepcionales como los que tuvimos nosotros, no se puede pedir más. Felicidades por vuestro magnífico post. Un abrazo.
Jejeje, muchas gracias Tiramillas, fue un placer acompañaros... Tuvimos la fortuna de contar con unos días espléndidos, además, :)
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