Una noche, de un brinco, se despertó sobresaltado, con los ojos inquietos, las aletas de la nariz olfateando temblorosas, la melena erizada en ondas. Del bosque llegaba la llamada (o una de sus notas, porque la llamada tenía muchas), inconfundible y clara como nunca hasta entonces: un aullido interminable parecido pero, a la vez diferente, al de un perro esquimal, y la reconoció, era la que ya conocía de hacía tiempo, un sonido que ya había escuchado.
Jack London, La llamada de lo Salvaje.
Al asomarte al Gran Cañón, y contemplar la magnitud del abismo que se abre ante tí, sientes algo parecido al vértigo, y a la vez, un impulso irresistible de adentrarte en él. Desciendes.