Corría el año 1776 cuando el Balneario abrió sus puertas a ocho kilómetros de la hoy capital del Principado de Asturias, Oviedo. Fue un año interesante. En España la convulsa vida política no da tregua, se produce el motín de Esquilache, que entre otras consecuencias daría mas tarde lugar a la expulsión de los jesuitas por orden de Carlos III. Un año en el que entre otras cosillas que ocurren por aquel entonces en el mundo, George Washington declara la independencia de los Estados Unidos de América.
Es una etapa de grandes cambios políticos, económicos y sociales, el Balneario de Las Caldas de Oviedo es testigo y reflejo de ellos, y su historia y arquitectura en realidad nos cuentan el desarrollo, declive y renacimiento de los balnearios. La curación a través del agua, con antecedentes en las termas romanas e influencias árabes y judías no es sino el comienzo de toda una puesta en escena que incluye hoteles, salas de baños, manantiales, quioscos, paseos, en esencia una forma diferente de entender la vida.
Son las clases aristocráticas en el siglo XVII las primeras en dejarse seducir por la terapia del agua. En época de Carlos III, el Despotismo Ilustrado, impulsa los conocimientos técnicos y científicos, entre ellos los del termalismo. El balneario de Oviedo ya aparece en las primeras descripciones de establecimientos para la toma de baños en el Tratado de 1791 del médico R. Tomé. Se encuentra entre los cuatro establecimientos que a finales del XVIII muestran ya, de la mano de arquitectos ilustrados, edificios específicos de una instalación balnearia.
El cambio de siglo y la Restauración, propician la construcción de Grandes Hoteles, de la mano de la nueva burguesía, y será a finales de siglo cuando llegue el turno de las salas de baile, casinos, teatros, quioscos, pabellones... que atraen a una nueva clientela y dan lugar a la aparición del llamado turismo termal.